Mario tenía 59 años y se acababa de jubilar, tenía una vida tranquila, de vez en cuando viajaba a Portugal y sobre todo las motos, le encantaba buscar motos antiguas y arreglarlas. Por eso decidió comprarse una casa en las afueras que tuviera espacio suficiente para crear su taller de motos. Pero lo que en un primer momento parecía muy buena idea se convirtió pronto en una pesadilla.
Desde que se mudó a la casa, Mario había notado que había algo extraño en el lugar. A veces las luces parpadeaban sin motivo y podía escuchar ruidos extraños durante la noche. Sin embargo, pensó que eran cosas normales en una casa antigua y no le dio mucha importancia.
Pero una noche, mientras estaba en la cama tratando de dormirse, escucho unos pasos acercándose a su habitación. Al principio pensó que era Wilson, su perro, pero se dió cuenta de que estaba plácidamente dormido en su camita y que él no había oído nada porque seguía dormido.
Entonces, vio un a sombra en la puerta de su habitación, una sombra que parecía moverse con vida propia. Aterrorizado, trató de encender la luz de la mesilla, pero no funcionaba, le daba al interruptor una y otra vez y la lámpara no se encendía. La sombra se acercó cada vez más, hasta que pudo ver sus ojos y su boca abierta con una sonrisa macabra.
Mario intentó gritar, pero no pudo. De repente la sombra desapareció y se encendió la luz de la mesilla. Mario se levantó de la cama, Wilson también y le empezó a seguir por toda la casa, mientras encendía una a una las luces de la casa y buscaba por todas partes, no encontró nada fuera de lo normal.
Durante el día siguiente, Mario estuvo pensativo, no olvidaba lo de la noche anterior, se puso a revisar documentos que había en un cajón, les había echado un vistazo cuando se mudó a la casa, pero no les había hecho mucho caso. Entre los papeles que encontró, estaba el certificado de defunción de la hija del anterior dueño, la fecha era hoy, hoy hacía 5 años que la joven de 25 años falleció de una enfermedad larga y terrible para toda su familia. Esa fecha le erizo los pelos de la nuca.
A partir de ese momento, Mario empezó a experimentar más sucesos inexplicables dentro de la casa. Aparecían rastros de agua en el suelo, las puertas se cerraban de golpe e incluso encontró algunas de sus pertenencias en lugares extraños. Pronto, Mario se dio cuenta de que algo estaba pasando y que había algo oscuro en esa casa.
Decidió contratar a un grupo de investigadores paranormales para que examinaran la casa. Lo que encontraron fue aterrador: la casa estaba construida encima de un antiguo cementerio y había sido utilizada por un sacerdote para realizar rituales oscuros. Resultó que el espíritu de la hija del anterior dueño había sido invocado en uno de estos rituales y no podía encontrar la paz en ese lugar. Ella había empezado a atormentar a cualquier persona que ocupara la casa.
Mario huyó de la casa lo más rápido que pudo, pero nunca olvidó el terror que experimentó dentro de sus paredes. Desde entonces aprendió que hay ciertos lugares que deben ser evitados, y la oscuridad que vivió en la casa de las afueras de la ciudad fue un triste recordatorio de eso.
La primera nota que escribí a Sonsoles fue el 28 de julio, ese día llegué al pueblo, a la casa de mi abuela, que ahora era mi casa. Siempre me había gustado esa casa, pasé todas las vacaciones de mi vida en ella, primero con mis abuelos, luego solo con mi abuela, luego mi madre y luego sola.
No había nacido en ese pueblo, pero mis padres y mis abuelos si, mis cuatro abuelos, así que me sentía tan de pueblo que hasta heredé el mote de mi abuela “La churra”. En ese pueblo hice mis primeros amigos, tuve mi primer amor, en ese pueblo viví más de lo que he vivido nunca en ningún otro sitio.
El día 28 de julio llegué a casa, cansada, muy cansada. Había estado ingresada dos semanas en el hospital, y no era la primera vez. A veces pensaba que pasaba más tiempo en el hospital que en mi propia casa, por eso cuando llegaba al pueblo quería olvidarme de todo, disfrutar y ser feliz. Ese día ya sabía que me iba a morir, que no iba a pasar de ese verano, y le escribí la primera nota a Sonsoles, le dije gracias por ser mi amiga, solo eso. La escondí en un cajón que sabía que ella miraría cuando muriera.
Sonsoles no era mi única amiga, pero sí que creo que es la que más me va a echar de menos.
Cuando murió mi madre, de una forma estúpida, como solo puede ser un accidente fortuito, la casa fue para mí. No creo que nadie pensara otra cosa, yo era la que había venido cada día de las vacaciones. Mi hermano prácticamente no iba al pueblo, el tenía otros amigos, otra familia, otro lugar donde estar. Estuvimos unos años manteniendo la casa de mis padres entre los dos, pero solo eran problemas, así que la vendimos y con el dinero yo decidí arreglar la casa de la abuela, creo que en esos momentos pensaba que podríamos pasar nuestra vejez allí.
Sonsoles se encargó de todo, de diseñar las reformas, de decidir el suelo, las paredes, los electrodomésticos de la cocina, donde estaría la calefacción, y cuando llegué ese año en las vacaciones de semana santa ya estaba todo terminado. No le faltaba un detalle, hasta la cama dorada de mi abuela brillaba. Después, justo después cogimos el covid, primero mi marido, luego yo. Ya nunca nada volvió a ser igual, no es que antes fuera todo bien. Siempre he estado enferma, no sé muy bien porqué, a lo mejor porque fumaba, porque bebía, o porque no era feliz.
Volvimos al pueblo el 28 de julio, ese día ya sabía que me iba a morir, y sabía que iba a ser pronto. Dejé de tomarme la medicación, no se lo dije a nadie. Creo que Sonsoles, sospechaba, porque varias veces me preguntó que qué medicación tomaba, y yo siempre daba largas, y ella dejaba de preguntar.
Teníamos un perro al que queríamos como un hijo, ya sé que es absurdo, pero es así, no habíamos tenido hijos, ni perros, ni gatos ni nada, pero a mi madre siempre le habían gustado los buldog franceses, y cuando mi madre murió y tuve la oportunidad, adoptamos uno, que nos alegro la vida, a los dos, no solo a mí.
Cuando salimos del hospital con el covid, primero yo, luego mi marido, decidimos dejar de fumar. Mi hermano me trajo al perro, que lo tenía él, pero los dos estábamos tan cansados, que no podíamos sacarlo, no sé si eso influyó, pero al poco tiempo el perro murió, de cáncer de pulmón. En esos momento, de verdad que es muy difícil hacer como que estas bien, siempre como de broma, como que todo está bien, como que la vida es esto y hay que seguir con ella. Pero yo ya estaba cansada de vivir, de pasar un cáncer, de tener metástasis, de quimioterapia, radioterapia, estaba tan cansada de todo. De ir al hospital, tan cansada de enfermedades, de tristezas, de la muerte de mis padres, tan jóvenes los dos.
Sabía que antes o después volverían a ingresarme, cada vez me encontraba peor, pero no lo decía, siempre decía no, estoy mejor, me encuentro mucho mejor. Mentía para no preocupar a nadie, a mi familia, a mis amigos.
Pensé donde colocar la segunda nota, sabía que en el momento en que Sonsoles encontrara la primera nota, buscaría a ver si había más notas. Primero lloraría, pero luego entendería y buscaría más. Así que decidí numerarlas, cogí la primera nota y la metí en un sobre donde escribí NOTA PARA SONSOLES (1) así ella ya sabría que había más y que las buscaría.
Busqué sobres, no solía tener mucho material en el pueblo, y me acordé de cuando recibía cartas en el pueblo de mis amigas de Madrid, busqué, porque estaba segura de haberlas guardado en una caja. Las encontré, me seguía gustando esa caja, era una caja de madera, que había lijado, pintado y barnizado, era bastante grande. Fue una de las primeras cosas de artesanía que hice, ya tendría más de 20 años. Cogí los sobres, todos dirigidos a mí, y saqué las cartas, que volví a dejar en la caja. Solo me interesaban los sobres.
Sonsoles no era del pueblo, vino con su marido y durante mucho tiempo todo el mundo la llamaba “La gallega”, se ganó a todo el pueblo con su alegría, su simpatía y sobre todo por su capacidad para trabajar. Yo creo que ya nadie se acuerda que no era del pueblo, ahora es del pueblo.
En la segunda nota quería decirle lo que quería que se hiciera con mis cenizas, pero pensé que ella no sería la receptora de ese mensaje, así que una noche como quien no quiere la cosa le dije a mi marido que cuando yo me muriera echaran mis cenizas en las tres cruces, le dije ¿Me lo prometes? Y él me dijo que sí, pero no sabía que se lo decía porque iba a tener que hacerlo pronto.
Ese día me puse a pensar quien iría al tanatorio, ¿A cuál me llevarían? ¿De qué hablarían? ¿Llorarían?
La segunda nota fue fácil, la desee lo mejor, desee que en su vida fuera feliz, que sus hijas y su marido fueran felices, que su vida fuera plena, sin enfermedades, sin penurias, la desee que viajara, que conociera mundo. Sonsoles nunca había salido de España, la desee que conociera todo lo que quisiera conocer, que viera todo lo que quisiera ver, y que lo hiciera pronto.
Me puse a pensar en mi familia, escasa, éramos tan poca familia y con tan poca relación. Imaginaba que todos se reunirían por mí. Imagino que en el pueblo.
Ya tenía claro que iban a ser cuatro notas, pero también tenía claro que la cuarta nota debería ser especial. En la tercera nota le dejé la receta de las rosquillas de mi abuela, era de las pocas cosas que hacía en la cocina que me salían mejor que a ella. Siempre me pedía la receta y yo le decía que se la daría cuando me muriera. Va a ser terrible cuando la lea, ahí sí que no dejará de llorar. También le quería decir que cuidara de mi marido, de mi casa, pero se que lo hará sin que yo se lo pida, así que para que gastar una nota.
Después de unos días en el pueblo, volví a Madrid, y me ingresaron, ya lo sabía yo, pero parece que a la gente la sorprendió. En dos únicos días me morí, no sé si saben muy bien de que, de todo, de todo, me morí de todo. Y una vez muerta, de nuevo en el pueblo, escribí la cuarta nota a Sonsoles.
“Querida Sonsoles, esta es la última nota que te escribo, si la estás leyendo es que ya me he muerto y estas en casa buscando la última nota. Pues es esta, solo quería abrazarte por última vez, así que gírate.”
Sonsoles se giró a su espalda, me miró, gritó de pánico y corrió hacia la puerta. Sigo esperando su ultimo abrazo.
Fotos:
Mario Alfonso, @peaton_pulse, Viaje en agosto de 2022
Uno de mis desvelos prioritarios se fundamentaba en prestigiar la labor profesional del boticario, hablo en pasado porque ya hace tiempo que me encuentro en la Torrecica, que es como se llama la cárcel donde estoy en la actualidad. Considero que la figura del boticario no está valorada suficientemente en cuanto a su labor sanitaria. La gente, imagino que sin maldad alguna sino por el maldito mostrador y su fácil accesibilidad, tiende a pensar que la simple dispensación de un medicamento, no lleva detrás una ardua tarea de conocimientos farmacológicos.
Hoy día la atención farmacéutica, llevada a cabo en un despacho, está colaborando en gran medida a eliminar la imagen despachadora del profesional farmacéutico, cambiándola por la de su auténtica razón de ser: consejero sanitario, y así llegan vecinos que me dicen “Don José, que me recomienda para la tos, que me recomienda para el dolor de barriga, que me recomienda para las migrañas o para lo que sea” Es como si mis conocimientos farmacológicos solo sirvieran para recomendar…
A estos desvelos les tengo que unir que la limpiadora de la Farmacia, Dolores, lleva de baja cerca de un año y la ha sustituido Bernarda, una mujerona que cuando atraviesa el dintel de la botica nubla el sol y que, además, es un auténtico torbellino, la llaman “La pilila” nunca he sabido el porqué de ese mote, pero así responde cuando la llaman “pilila”
Como se da la circunstancia que por temas de horario la Pilila no puede venir en horas que no sean las de atención al público, he tenido que soportar estar junto a ella la mayor parte del tiempo que estoy en la botica, y lo que es peor, soportar algo que me desagrada profundamente: la simultaneidad de su labor con el barrido y fregoteo de Bernarda, que para más inri no deja de parlotear y cantar, canta muy bien, por cierto, pero no deja de ser muy molesto. Además ese tono de voz estridente y tan alto y continuo, sin parar un solo minuto.
Bernarda me trae de los nervios, es que “No puedo ni mear”, y eso aunque os parezca exagerado no lo es para nada, resulta que la Pilila pega la oreja, la hebra y está en una permanente escucha o no, que a veces pienso que se lo inventa, pero el caso es que la conduce a meterse en todo.
Ayer, aprovechando que Luis el mancebo había salido por cambio al bar de al lado, me fuí al aseo y al salir, me encontré con que Bernarda, muy orgullosa, había despachado una cajita de aspirinas y un chupete. ¿A quien?, le pregunté, francamente alterado y me dice con toda su pancha “Ha síopá la pelirroja, la panocha der quinto, que traía mucha bulla”.
-¿Qué panocha? le dije gritándola.
-La cuñá de Isidoro, erder quiosco de pipa, a la que paese que se la caío en la cabesa la olla del asafrán.
-¿Y qué le has cobrado?
-Lo ha dejao a debé, pero aunque é un chocholoco es güenapagaora.
Este suceso es demostrativo de lo atacado que me pone esa mujer. Llevaba un año aguantando sus parloteos, sus cantos, su falta de respeto a mi y a mi labor de boticario. Así que cogí una llave inglesa que tenía debajo del mostrador por si alguna vez venía un cliente con malas intenciones y la empecé a golpear en la cabeza, una vez y otra y otra, así hasta la pilila dejó de hablar… y de moverse. Cuando acabé solo pensaba en que todo ese desaguisado lo tendría que limpiar yo.
Así que me senté en la silla detrás del mostrador y esperé a que viniera alguien a pedirme opinión. Empecé a oír gritos fuera de la botica, y dos mujeres trajeron a dos guardias de la benemérita mientras le gritaban “ha sio el falangista, ha sio el falangista” y así me enteré que me llamaban en el pueblo el boticario falangista.
Narración: Eva Saez @zenalmor
Fotos: Mario Alfonso @peaton_pulse
Localización: Botica en algún pueblo del Norte de España, Diciembre 2021.
Esperaba cada día con avidez a que saliera el sol, a veces por mucho que lo deseara no lo conseguía, llevaba un mes casi sin parar de llover, pero ese día lucía un sol impresionante, se alegró tanto… rememoró cuando había sido la ultima vez y recordó que había sido en mayo, a mediados de mayo y dijo para sí ¡Menuda primavera llevamos!
Nació el 6 de Junio de 1966, su padre pensó cuando le dijeron que había sido niño, que que buena fecha, me acordaré siempre del 6 del 6 del 66, 4 seises juntos, pero también lo olvidó, poco a poco fue olvidando todo, sin embargo siempre recordaba el Hospital de Caramulo, era de las pocas cosas que recordaba.
Una vez le dijo a su mujer, ¿porque no volvemos a Caramulo?, allí estuvimos de viaje de novios, y ella no supo que contestar, era la primera vez en 4 años que su marido le decía algo coherente, es cierto que habían estado allí, no solo en su viaje de novios sino cada año durante más de 20 años, hasta que el olvidó conducir.
Cuando él olvidó conducir, ella ya tenía el carnet. No quería sacárselo pero su familia le decía que era conveniente que con la enfermedad de él nunca se sabía y podía necesitarlo. Así que ella se puso a ello, primero con el teórico que fue fácil, luego con el práctico que también lo aprobó. Lo peor habían sido las clases con el profesor que no dejaba de hablar de cosas intrascendentes y que a veces se llevaba un acordeón que tocaba mientras ella conducía.
El día 8 de Junio de 1966, le dijeron a su padre que su hijo había muerto, de repente, de forma inesperada, aun estaban los 3 en el hospital de Caramulo, había nacido por cesárea y ella tenía que recuperarse de los puntos, a ella no quisieron decírselo y cada vez que el entraba a la habitación a verla y ella preguntaba por su hijo el lloraba, y ella ya dejó de preguntar por su hijo, porque no quería ver como el lloraba y ya nunca volvieron a hablar de su hijo que nació el 6 de junio y murió el 8 de junio de 1966.
Desde entonces cada año el 3 o 4 de Junio volvían al hospital de Caramulo, y el 6 de junio paseaban por los pasillos del hospital se cogían de la mano y escuchaban a los bebes recién nacidos, tampoco hablaban, nunca hablaron de su hijo y nunca tuvieron otro.
A el se le olvidó conducir el día 1 de enero de 1993, después de tomar las uvas con la hermana de el y su familia, habían ido hasta allí en su coche y el había conducido y al salir el se sentó en el asiento del conductor y la miró a ella y le dijo entre sollozos “no se conducir”, a partir de ese momento ella siempre conducía. No volvieron a Caramulo porque ella no quería conducir tanto y pensó que ya todo daba igual, hasta el día en que él, el 1 de Junio de 2010, después de llevar más de 4 años sin decir nada coherente, le dijo ¿Por qué no vamos a Caramulo?
Ella entendió que eso era distinto, que él que a veces no recordaba girar en el pasillo de su casa y caminaba y caminaba ante la pared, no podía haber tenido un momento de lucidez tan grande y supo que tenia que ir a Caramulo. Se preparó para el viaje y el 4 de Junio salieron en dirección Portugal, llegaron por la noche del 4 de junio y pasaron la noche en un hotel cercano al hospital, durante todo el viaje, el había hablado con normalidad, hasta incluso se ofreció a conducir, pero ella no quiso.
Un medico amigo le había comentado que los enfermos de alzheimer, a veces tenían recuperaciones milagrosas momentáneas, que podían durar incluso unos días pero que luego volvían a recaer.
El día 6 de junio subieron hasta el hospital, ella ya sabía que estaba abandonado y no sabía como reaccionaría el cuando lo viera. Afortunadamente estaba abandonado pero aunque ponía por todas partes que era una propiedad privada, se podía acceder al recinto. Al llegar el la miró, la sonrió y salió del coche por su puerta, subió la enorme escalinata y se dirigió hacia un pasillo, ella corría detrás de él, ya que el suelo no estaba en buen estado. Cuando el llegó al lugar donde había estado la habitación donde se encontraba su hijo en 1966 se detuvo y entonces la cogió de la mano y volvió a sonreír.
Durante los últimos 10 años cada día que hacia sol, ella conducía el coche hasta una carretera comarcal y allí cogía un camino de tierra hasta un alto donde se veía toda la ciudad, sacaba dos sillas de camping, las colocaba frente a la ciudad y ella y el veían como anochecía, cuando el sol se ocultaba guardaba las sillas y volvía a conducir hasta la ciudad. Durante el tiempo en que ella y el se mantenían sentados en sus sillas, ella hablaba y el escuchaba y parecía que él la entendía, que lo que escuchaba también era su vida, no solo la de ella sino también la de él.
Ese 6 de junio de 2010, mientras él le apretaba su mano cada vez más fuerte, mientras los dos se mantenían juntos en un hospital abandonado en la sierra de Caramulo, en ese momento él se murió. En ese momento, justo en ese momento se oyó a un bebé llorar. Ella sabía que algo iba a pasar, le ayudó a caer al suelo, y le depositó allí, entre escombros, y fue a buscar al bebé que seguía llorando. Recorrió el hospital entero, cuando creía que se acercaba a la fuente del sonido ésta variaba radicalmente, y el sonido provenía de la dirección contraría, después de una media hora, el llanto paró y en ese momento ella fue consciente de que él se había muerto y volvió con el.
Ella se recorrió de nuevo el hospital abandonado buscándole y no lo encontró. Él no estaba, encontró los escombros donde le había depositado, pero él no estaba. La esperanza volvió a ella, empezó a llamarlo, a gritar su nombre, pero no se oía nada.
Salió al exterior, buscó por los alrededores, fue al coche, pensando que él podría haber ido allí, y después de otra media hora buscando y gritando su nombre decidió llamar a emergencias, después de un rato consiguió hacerse entender y a los 40 minutos una ambulancia y un coche de policía se encontraban junto a ella. El comunicado que se dio por radio decía que un hombre español de 69 años con un alzheimer muy avanzado había desaparecido en las inmediaciones del hospital abandonado de Caramulo.
La cara de él salió en todos los programas informativos de Portugal y en los españoles también, ella estuvo allí casi un mes, hasta que decidieron dar por finalizada la búsqueda, y ella volvió a su casa, en España. Volvió sola. Era casi Agosto de 2010.
Estuvo casi un año buscándole por todas partes, por las calles que paseaban juntos, por donde habían paseado antes, por los lugares que él había frecuentado antes, antes incluso de conocerla, sitios que la hermana de él le decía, de su infancia, de su juventud. Pero ella nunca le vio. Una vez al mes llamaba a un policía de Caramulo pero no había novedades sobre el caso.
El 6 de junio de 2011, por fin decidió dejar de buscarlo, ese día hacía un sol espléndido, y por la tarde cogió el coche, cogió las dos sillas de camping y después de conducir por la carretera comarcal, y coger el camino de tierra puso las dos sillas frente a la ciudad, y decidió que vería como se ocultaba el sol por detrás de la ciudad.
Puso las dos sillas como había hecho tantas veces durante los últimos diez años, y se sentó en la suya, la de la izquierda, la de siempre. Cuando llevaba un minuto sentada volvió a oír el llanto del bebé, el mismo llanto que había oído hacía justo un año en Caramulo, y miró a su derecha y ahí estaba él, sentado en su silla mirándola y sonriendo, alargó su mano hasta la suya, y en ese momento dijo: Nuestro hijo esta muerto, y desde ese día, ella cada día que hace sol, pasa las tardes hablando de todo con su marido.
Esta historia pasó en realidad, y es la razón por lo que la colonia infantil del salto de Villalba fue definitivamente abandonada en el año 1972. En 1955 se había construido como residencia vacacional para los hijos de los ingenieros que trabajaban en la Central Hidroeléctrica del Salto de Villalba. Tenía dos pabellones, uno para niñas y otro para niños. El de niños estaba en la primera planta y para subir a él, se utilizaba una escalera en el exterior del recinto. El de niñas, que se llamaba Los castores, se entraba por ambos laterales de a planta baja, el de la derecha para las niñas menores de 9 años y el de la izquierda para las mayores. En la colonia se podía participar desde los 6 a los 13 años.
La colonia fue abandonada en 1969, y la hiedra poco a poco fue ocupando toda la residencia infantil, de vez en cuando alguien intentaba adecentar el espacio con la esperanza de que lo volvieran a abrir, y volver a oír los cantos y los juegos de los niños durante los veranos. Poco a poco, los del pueblo se fueron llevando las camitas de los niños y en realidad todos los elementos que podían servir para su casa.
Un día Julia, una chica del pueblo que venía a limpiar en casa de los ingenieros, pasando por la colonia abandonada se encontró a una niña de unos 5 años, sentada en la escalera de la colonia que ya estaba llena de hiedra, Julia preocupada se acercó a ella. “Hola, porque lloras? Qué te pasa?” La niña la miró y sin dejar de llorar dijo: “Dartañan se me ha escapado y se ha metido ahí (señalando una ventana que estaba rota del edificio)” Julia preguntó “¿quién es Dartañán?” La niña sin dejar de llorar y con muchos suspiros: “mi gato”.
Julia se sentó a su lado en un escalón intentando tranquilizar a la niña. “ a ver, como te llamas?” “ me llamo Amalia” dijo la niña. Julia la cogió de la mano, se dio cuenta que iba vestida con un baby, y que éste tenia arañazos y alguna rotura. Julia señalando el baby “Esto te lo ha hecho Dartañan? “ nooo, el es muy bueno, me quiere mucho, es mi único amigo” Julia siguió preguntando, “y tus padres? Porque estás aquí sola?”, la niña miró hacia el suelo y empezó a llorar más fuerte, mientras le apretaba muy fuerte la mano a Julia. “Por favor, salvarás a Dartañan?” Julia sin saber que hacer, asintió con la cabeza, soltó la mano de Amalia y se puso en pie.
Rodeó todo el edificio para ver si había una entrada más fácil que la ventana rota por la que había entrado Dartañan, pero no encontró nada, así que decidió romper del todo el cristal de la ventana para que el agujero permitiera su paso, le costó no cortarse con la cantidad de cristales que se habían quedado en punta, pero gracias a su agilidad lo consiguió.
Empezó a andar despacio, no había casi luz, ya que las persianas estaban cerradas, había vegetación por dentro, al menos cerca de las ventanas, el lugar era muy húmedo y Julia intentaba pisar con cuidado, no fuera a ser que el suelo que era de madera y que con tanta humedad estuviera podrido se quebrara y ella se quedara atrapada.
Oyó al gato y le gritó “Dartañan, Dartañan, ven bonito” pero nada el gato no vino, volvió a repetir el grito varias veces y oyó su maullido, pero el gato no se acercaba. Julia seguía andando despacio, sin tocar mucho porque le daba un poco de asco todo y además no sabía lo que tocaba, de repente oyó que el gato entraba en una habitación al fondo porque la puerta crujió y sonó, y Julia fue hacia allí, más deprisa para que el gato no se escapara. Empujo la puerta por la que había pasado el gato, era una puerta desvencijada con golpes, pensó que los del pueblo se habían pasado con esa habitación y entró.
Detrás de ella la puerta se cerró de un golpe, Julia miró hacia la puerta instintivamente, la puerta por dentro estaba nueva, pensó “Cómo puede ser?” de repente la habitación se llenó de luz pero la ventana seguía con las persianas cerradas.
Lo que Julia vio la puso mucho más nerviosa de lo que estaba. Era una habitación rosa, con una camita con una colcha rosa, el cabecero era blanco, había una mesilla a la derecha de la cama, y frente a la cama un armario blanco que estaba abierto y de donde colgaban muchos vestidos preciosos. Estaba claro que era la habitación de una niña, de una niña pequeña “¿De Amalia?” “¿Cómo puede vivir sola una niña en este lugar abandonado?” de repente se fijó en Dartañan tumbado sobre la cama y mirándola fijamente.
Julia sintió pánico, solo quería salir de allí corriendo, se fijó en las paredes estaban todas llenas de fotos, en todas aparecía Amalia, sonriente, con sus padres, con su gato, en el campamento, que imaginó que era esa colonia, con otras niñas de su edad… no pudo más se dio la vuelta para salir corriendo, y allí estaba Amalia, mirándola, llena de sangre, el babi manchado de sangre, tenia una herida en la cabeza y la sangre le goteaba por uno de sus ojos. Julia gritó y se echó hacia atrás, mientras gritaba: “vete, quién eres?”.
Amalia grito, mientras señalaba la foto de sus padres “ELLOS ME MATARON, AHORA TE TOCA A TI!!!!”.
En el pueblo nadie volvió a saber nada de Julia, se oían rumores de todo tipo, que Felipe uno de los ingenieros jóvenes que casualmente se había ido de permiso el día que Julia desapareció se la había llevado con él, pero cuando volvió de su permiso, lo aclaró todo. Los padres de Julia dieron parte de su desaparición a la Guardia Civil, pero hasta ahora nadie a sabido nada de ella, y aún nadie ha vuelto a entrar en la residencia abandonada.
Y ahora preguntaréis que cómo se exactamente lo que pasó, pues porque me llamo Amalia y sigo buscando a mi gato.
Fotos: Mario Alfonso
Historia: Eva Saez @zenalmor
Localizacion:
Antigua Colonia De trabajadores de «Unión Eléctrica Madrileña». Cuenca.
El cristal me separaba del féretro. Tras él, un espacio y la caja inclinada con el cuerpo de mi madre. Como una tarta en un escaparate. Estaba cubierta de un lienzo de raso blanco. Salvo el óvalo de la cara y las manos.
Por las facciones del rostro, apenas se la reconocía. Un mechón inusual la tapaba la frente, la nariz árabe, como la tuvo en vida, afilada en exceso y los labios deformes.
Las manos eran las suyas de siempre: alargadas, finas, los dedos como lápices, nervudos, pequeñas manchitas marrones teñían la piel del dorso y las uñas largas y sin pintar.
Mis hermanos se iban acercando uno tras otro, parecían evitar coincidir frente a ella. De pié con las manos agarradas delante del cuerpo o detrás, la miraban al rostro y después al suelo.
Nadie lloró, ni una sola lágrima se vertió en público en el entierro de mi madre. Sólo caras tristes que miraban su cuerpo en silencio
En un momento se abrió la portezuela detrás de la habitación mortuoria. Un trabajador traía una corona de flores. “Tus hermanos te recordarán siempre” decía una cinta violeta que colgaba encima del circulo amarillo y blanco. Pensé entonces en que cómo mi hermana, tan minuciosa ella para estos detalles, podría haberse olvidado de encargar algo así. Estaba equivocada: segundos después, el mismo funcionario entró cargando otro conjunto ovalado de lirios, claveles y margaritas “Tus hijos y tus nietos no te olvidan”. Se acercaron casi todos para verlo y después se disolvieron.
Yo permanecía sentada sola en un banco tapizado de terciopelo rojo, justo enfrente del cristal.
Las manos de mi madre. Cerré los ojos y el recuerdo me trajo la imagen de un bebe echado en una toquilla de lana azul. Estaba desnudo. Mi madre cogió con una mano las dos piernas al mismo tiempo y lo levantó. Con la otra mano deslizó un pañal en forma de triángulo por debajo de sus nalgas. Lo ajustó a las ingles del pequeño y sujetó los tres picos con un enorme imperdible. Después tomó una camiseta de algodón blanco y le levantó. Puso la abertura superior en la cabeza del niño y lo introdujo primero por la nuca y después hacia la cara sin rozarla. El bebe sonreía mirándola. Después introdujo la manga de la camiseta arrugada de forma que agarró el puño del niño y tiró de él hasta que lo cubrió la manga. Hizo igual con la otra. Con una mano y agilidad de experta volvió al bebé boca a bajo y le abrochó la prenda.
Era una imagen de mi madre que se había acercado a mis recuerdos llena de sol; llena de las manos de mi madre, ágiles, eficaces y algo tiernas. Cogió al bebe entre sus brazos, coloco su cabeza entre su cuello y su hombro y lo acunó. Su mano a lo largo de la espalda del pequeñín, con los dedos separados. Moviendo el cuerpo. Quizá cantando una canción.
Podía haber sido uno de mis hermanos, o uno de mis hijos o las imágenes del deseo de ser yo misma. Un ser pequeño entre las manos de mi madre, cuidado por ellas.
En ese momento un funcionario nos avisó. Iban a cerrar la tapa del ataúd. Nos preguntaba que si queríamos ir a darla el último adiós. Declinamos el ofrecimiento con cortesía y sin culpa.
Preferí quedarme sentada hasta el último momento contemplando sus manos yertas, inmóviles. Toda la falta de vida concentrada en esas manos incapaces de moverse. Cuando las dejé de ver, tuve ganas de llorar. Era curioso. No recordaba cuando mi madre me había tocado por última vez.
Por un momento bajé la cabeza, miré mis manos y las ganas de llorar aumentaron. Llore. Mis manos eran similares a las de mi madre, alargadas, con los dedos finos, nervudas y con las uñas largas sin pintar. Muy parecidas, casi idénticas.
Foto: Mario Alfonso del cementerio de Santa Maria de Madrid
Hoy he descubierto un nueva aplicación, bueno ya se que no es nueva, pero yo no la había usado hasta este año, se trata del ‘best nine’. El Bestnine es básicamente una recopilación de tus nueve mejores fotos del año, aunque no mejores en el sentido de más artísticas o mejores técnicamente, sino las nueve publicaciones que han tenido más éxito en tu perfil de Instagram Durante 2017, es decir, aquellas fotos que han tenido más ‘Me Gusta’ por parte de tus seguidores y amigos. Y si, yo también tengo instagram, mi nombre de usuario es @peaton_pulse, y lo podeis curiosear todo lo que querais ya que tengo el perfil abierto.
No tienes que hacer el #bestnine a mano buceando por todas las fotos de tu perfil, sino que hay herramientas que facilitan su creación y no tardarás más de unos segundos. Desde este blog os recomendamos 2017bestnine.com por su sencillez. Existen muchas otras herramientas online para crear el collage, pero destacamos esta página porque no necesitamos darle acceso a nuestra cuenta, ni nos pide permiso de ningún tipo, simplemente metemos nuestro nombre de usuario en Instagram y en unos segundos analizará cuáles son las fotos con más ‘likes’. El resultado es nuestro #bestnine:
Además podemos descargar varias versiones del mismo, pudiendo incrustar en la imagen el número total de likes que has conseguido en todo el año, o la versión “Photo only” que, obviamente, es el collage de 9 fotos sin ningún añadido más. Simplemente guardamos esta imagen y ya podemos pasarla al smartphone para subirla a nuestro Instagram, o como veis en la imagen la podemos compartir en otras redes sociales como Facebook o Twitter (@DeUrbex, por si os apetece curiosear por ahí tambien)
.Por otro lado, como esta web no pide permiso para acceder a las cuentas, podemos curiosear cuáles fueron las 9 mejores fotos de cualquier perfil de Instagram, siempre y cuando sea público, claro.
Hoy vamos a contar una historia verídica, algo que pasó en Madrid y de lo que durante muchos años se habló por todas partes. La historia de Conchita González de Velasco y Pérez, como pone en su sepultura.
El Doctor Pedro González de Velasco, que hoy da nombre a la calle del Dr. Velasco de Madrid -entre la calle Alfonso XII y la ronda de Atocha- había alcanzado un elevado estatus como anatomista en la España del siglo XIX, y ordenó la construcción de una mansión que, además de servirle como residencia, se utilizara como museo personal para la fantástica colección etnológica que poseía de sus numerosos viajes al extranjero. Dicha construcción neoclásica alberga en el presente el Museo Nacional de Antropología, justo enfrente de la estación de trenes de Atocha.
El museo se concibió en sus inicios como un importante punto de encuentro para el pensamiento liberal de la época, con una sala dedicada específicamente al estudio del Hombre y su relación con el cosmos. Además, contaba con un amplio repertorio de conchas de mar, plantas o esqueletos. Una joya que, sin embargo, empezó a perder brillo por un asunto personal que afectaba a la única hija del Dr. Velasco: Concha o Conchita como la llamaba su padre.
Conchita, de quince años, había contraído el tifus una década atrás, en 1864, y no mejoraba con el tratamiento que le había recetado el Dr. Mariano Benavente, amigo personal de Velasco, y padre no solo del premio nobel Jacinto Benavente, sino también de la pediatría actual. Don Mariano Benavente, al que las malas lenguas llamaban el médico del agua, ya que su tratamiento consistía fundamentalmente en ver como evolucionaba la enfermedad e ir paliando los síntomas hasta que el paciente mejorara y que diluía el nitrato de plata en agua para que las heridas no llegaran a infectarse y su cura fuera posible, había recetado a Conchita reposo durante meses y un control de su enfermedad a través de su supervisión.
Don Pedro Velasco, hastiado por la situación, cada día más crítica, le administró por cuenta propia un purgante que, según creyó, pondría fin a su enfermedad. Lejos de provocar el efecto deseado, tuvo el contrario, y la pequeña tuvo una hemorragia interna que acabó con su vida. Y ahí empezaron todos los males de Don Pedro, volviéndose loco. Según cuentan cuando llegó su compañero y amigo llegó a atender a Conchita, sin que pudiera salvarla, no dejaba de gritar «¿Por qué no me mataste a mí primero? ¡He matado a mi hija!».
Antes de ser enterrada, el Dr. Velasco utilizó todos sus conocimientos técnicos en la materia para embalsamar a la niña. El famoso anatomista, en ese sentido, nunca llegó a superar la muerte de su hija, e inundó su vida de retratos y fotografías de ella. Cualquier rincón de su casa, y de hasta su carruaje, contaba con la imagen de Conchita. Una vez terminada la mansión, en 1875, incluso construyó en su interior una capilla en su honor. La obsesión del doctor llegó al punto de exhumar el cadáver y transportarlo a su casa desde el Cementerio de San Isidro, con el absoluto rechazo de su mujer, cosa que ignoró completamente.
De hecho parece ser que cuando en una mañana de 1875 se abrió el ataúd, se encontraron con un cuerpo perfectamente conservado, de una naturaleza macabra. El Dr. Velasco, dicen, no pudo reprimirse y se abalanzó sobre el cuerpo, que abrazó con cuidado, proyectando una felicidad radiante y extraña.
Velasco, ya lejos de cualquier atisbo de cordura, decidió que no volvería a separarse de su hija, y que ésta le acompañaría el resto de su vida, aunque fuera en ese estado: como una momia. Así, el cuerpo de Conchita estuvo expuesto en una de las salas de la mansión, y una vez completado el proceso de momificación de forma efectiva, su padre ordenó que la vistieran, maquillaran, peinaran y adornaran con las más exclusivas joyas. Todo para recobrar un aspecto humano.
Cuentan las crónicas de entonces que el Dr. Velasco hablaba con ella, la sentaba a la mesa y hasta la llevaba a pasear al parque del Retiro. Incluso se dice que fue visto con el antiguo novio de la niña, el también doctor Nuñez Sedeño, subiendo por la noche a un carruaje con el cuerpo de una mujer inerte vestida de novia. En aquella época era frecuente que con 15 años se contrajera matrimonio, que era lo que hubiera sucedido si Conchita no hubiera muerto.
A la muerte de Don Pedro Velasco, la presión familiar hizo que, finalmente, y pasados los años, se le diera santa sepultura a Conchita, a la que se enterró en el cementerio de San Isidro junto a su padre. Asunto zanjado si no fuera porque ciertas versiones contradictorias, no confirmadas, apuntan a que el cuerpo de la niña fue hallado en una sala de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid. ¿Cómo llegó hasta allí? ¿Porqué había un cuerpo de las mismas características con una etiqueta que decía «543, momia de la hija del Dr. Velasco»? ¿De quién era, si no?
La respuesta la dio el Dr. Enrique Dorado en una investigación de 1999. Dicho cuerpo, dice, era de Carmen Tarín y Perdiguero, una niña muerta por una tisis pulmonar y cuyo cuerpo fue entregado al Dr. Velasco para su investigación, y de ahí la confusión con la etiqueta. Carmen, al parecer, fue enterrada en un nicho defectuoso, y se momificó por las características químicas de un arroyo que pasaba junto al cuerpo, al exhumar su cadáver el padre de Carmen, un hombre amante de la ciencia, consideró que el descubrimiento era digno de estar en el museo antropológico y donó su cuerpo. En cualquier caso, pasados los años, diversos expertos apuntan a que todo lo que rodea a la hija del doctor es fruto de las supersticiones, de una leyenda, y que el cuerpo ni siquiera llegó a estar en la Universidad, sin embargo no son pocos los estudiantes que aseguran aún hoy en día como por las noches se oye perfectamente las conversaciones entre Don Pedro y Conchita.
Texto: Eva Saez, @zenalmor.
Fotos: Mario Alfonso, realizadas en Noviembre de 2017.
Localización: Sacramental de San Isidro en Madrid.
Éramos tan distintos, Asunción tan beata, tan mojigata, creo que nunca se había planteado porque creía, y yo agnóstico total, los dos habíamos nacido en 1901, yo en Yuncler, ella en Seseña, nos habíamos enamorado en las fiestas de Seseña y a los dos años nos casamos, con el problema de que yo, que me consideraba totalmente ateo no iba a hacer esa patochada de confesarme, y el cura, que se llamaba Timoteo, y que hasta ese momento le consideré mi amigo, se negó a casarnos sino me confesaba. Él, que todos sabíamos en Seseña que tenía un hijo, al que todos llamábamos “sobrino”, exigiendo rectitud cristiana… ¿Pero ¿quién se creía que era él, para dar ejemplos de rectitud cristiana? Después de una larga negociación por parte de familiares se consintió en realizar la boda, aún sin confesión.
No sé porque recuerdo eso ahora, mientras oigo como caen las bombas en Novés, abrazando a mi hijo de cuatro años que no deja de llorar y mirando a Asunción y a Flora que rezan de la mano con un soniquete apenas perceptible y un cierto bamboleo de sus cabezas. Hoy ha sido el primer día que los aviones han bombardeado, ya sabíamos que iba a pasar, llevábamos más de una semana preparándonos, cuando oímos los aviones Esteban y yo, gritamos a todos el mundo y los llevamos corriendo a la cueva, llamábamos así a una especie de refugio improvisado que estaba anexo al ayuntamiento, tuve que coger corriendo a Felipe que ya estaba comiendo bicarbonato, una golosina para un niño de cuatro años, y empezó a llorar, no sé si por el susto de que le cogiera o por el ruido ensordecedor de las bombas que caían.
La gente del pueblo me miraba a mí, como pidiendo una respuesta, como si el hecho de ser el médico de Novés me diera una sabiduría que no tenía. ¿por qué nos tiran bombas a nosotros? Por la noche, el bombardeo terminó y nos atrevimos a salir de la cueva, Novés estaba destrozado, no había ni una casa que no hubiera sufrido daños, me preparé a tener el consultorio lleno de heridos o familiares de heridos que venían a buscar de mi auxilio, pero no fue así, nadie vino, nadie se atrevió a salir de su refugio por si las bombas volvían.
El consultorio, que estaba muy bien equipado, había sufrido pequeños destrozos, las vitrinas donde se guardaban los medicamentos habían estallado en mil pedazos, pero la mayoría de las medicinas se mantenían en su sitio, el suelo era lo peor, lleno de cristales, de las dos ventanas una se mantenía hasta con cristales, la otra había desaparecido del todo, en su lugar un gran orificio que permitía ver los escombros que llenaban las calles vacías y oscuras de Novés.
Con las primeras luces ya en el pueblo se sabía que se había constituido el Comité de Novés, y quienes habían sido los primeros asesinados fueron Mariano Benayas Sánchez, Adrián Gómez Caro Ordoñez, Mariano Caro de Paz y Vicente Maroto Bullido. El primero era el Juez de Paz y los otros empleados del ayuntamiento. Después hubo muchas muertes más.
Por el bando contrario comenzaron más tarde, el día 6 de octubre de 1936, cuando entraron las tropas nacionales en Noves. Pero a diferencia de otras localidades vecinas, aquí sí hubo enfrentamientos armados para entregar la villa. En ese momento la represión cambió de signo. Pero la mayoría de los culpables de los asesinatos cometidos contra derechistas habían huido de la localidad hacia Madrid. Pagaron justos por pecadores. El pueblo quedó desierto ante el temor a ser víctimas de las atrocidades que, se comentaba, cometían los llamados moros. Dejamos las casas, animales y demás enseres abandonados. Noves era una villa fantasma teñida del color de la sangre.
Es imposible, al menos para mí, recordar el nombre de todos los vecinos muertos en ese mes de octubre y semanas posteriores. A Pablo Hernández Vivar, y a un tal Indalecio, cuyo apellido ignoro, les fusilaron en el camino de Caudilla. También asesinaron a otros cuatro o cinco, en la era de la tía Sara, entre ellos un señor conocido como el tío Guiñorra. El mismo día de la ocupación nacional, nada más terminar las escaramuzas defensivas, una señora gritó: “¡Matar a ese rojo!”, refiriéndose a mi amigo Esteban, mi compadre, mi hermano, el boticario de Novés, y su muerte fue inmediata. Ahí decidí coger a mi familia y huir a Seseña. Fue la primera de muchas huidas.
Durante tres meses la gente del pueblo había venido a mi casa en silencio, sin hacer ningún ruido, trayendo consigo objetos valiosos, normalmente de carácter religioso para que se guardaran en nuestro sótano, sabían de mis ideas políticas y daban por hecho que los soldados republicanos no iban a buscar allí. Se almacenaban en unas tinajas enormes que se completaban con paja hasta que una vez llenas del todo se tapaban y se identificaban con un número pintado con tiza, en ese momento se comenzaba a llenar la siguiente tinaja.
Ya hacía más de una semana que los nacionales habían tomado el pueblo y las visitas nocturnas habían desaparecido, así que en una noche oscura, después de la muerte de Esteban montamos en el coche, Asunción, Marisun, Felipe, Flora, Esteban y Florita y salimos en dirección Seseña, esperando que allí las cosas estuvieran mejor y a ser acogidos por las hermanas y la madre de Asunción. Tres adultos y cuatro niños, en medio de una guerra.
Tardamos toda la noche en hacer poco más de 70 km, los niños estaban mareados y no dejaban de vomitar, Flora no dejaba de llorar recordando una y otra vez como habían matado a Esteban y Florita y Esteban, en silencio, no abrieron la boca en todo el camino. Llegamos ya con las primeras luces del día, la casa familiar se encontraba al otro lado del pueblo. El pueblo estaba bien, alguna ventana rota, algún socavón en la calle, pero a simple vista no había sufrido mucho deterioro. Estábamos a 8 de Octubre de 1936 cuando llegamos a Seseña, y no sabíamos lo que se nos venía encima.
Fotos: Mario Alfonso
Texto: Eva Saez @zenalmor.Basado en un suceso real de mi abuelo en la guerra civil española de 1936.
¡¡¡¿Donde esta mi puta mermelada?!!!¡¡¡¿Donde esta mi puta mermelada?!!!¡¡¡¿Donde esta mi puta mermelada?!!! en mi cabeza no dejaba de oírse esa frase, el señor se había dado cuenta de que faltaba el bote de su mermelada, pero Julia no sabía ni lo que era la mermelada, tenia 5 años y no sabía lo que era la mermelada, y aunque no dejaba que entráramos a hacer su habitación, todos sabíamos que tenia la bañera llena de comida y de bebida. Solo quería que mi hija probara la mermelada.
Estábamos hartos del hambre, de mendigar unas lentejas… y menos mal que los padres de Aurora tenían un economato lleno de latas y seguía abierto, la mayoría de las latas las intercambiaban por lentejas o pan o leche, pero comíamos muy poco y mal.
Y Julia, que solo tenia 5 años no había probado nunca la mermelada, ni siquiera sabía lo que era. En Madrid no había mucha fruta que conservar. Así que un día que vi la habitación sin el candado, use la llave maestra del hotel y entré en la habitación.
Era increíble, la bañera estaba llena de whisky, botellas y botellas de whisky, debajo de la cama, había latas de comida, botes de mermelada, había tantos, que no pensé que se fuera a dar cuenta, pero se dio cuenta. Ya me dijo Paquito el de la puerta «el Sr Hemingway es un mal hombre, tiene de todo pero no comparte nada».
Pues si, le estaremos muy agradecidos de que este en nuestro país siendo corresponsal de la guerra, pero buen sueldo que tendrá, creo que hace crónicas para el North American Newspaper Alliance, y le pagan una habitación en el Hotel Florida y encima se va a cenar todos los días al hotel Gran Vía, que es el único sitio de madrid donde se puede cenar con seguridad porque siempre tiene provisiones. Y el resto estamos con hambre, con hijos que lloran porque se acuestan sin cenar, repartiendo un puñado de lentejas para 8, y con una niña que no sabe lo que es la mermelada.
Nadie sabe que fui yo el que cogió la mermelada, me hubieran echado del hotel, y en ese momento en Madrid no hubiera encontrado otro trabajo, y aunque fuera poco, algo llevaba a casa. La señora Dolores que era la ama de llaves debió sospechar, porque ante los gritos del señor esa mañana durante el desayuno, se acercó a mi y me dijo «Andres, tu no sabes nada de la mermelada, no?», «yo que voy a saber Señora Dolores, yo que voy a saber» pero si sabia, si. Anoche nos la comimos entera, a cucharadas….
Nunca he dejado de escuchar Donde está mi puta mermelada? Hemingway se fue de España, la guerra acabó y en 1964 derribaron el hotel, yo ya no trabajaba allí, mis suegros me dejaron su economato y me dedique a él hasta que me morí de un infarto en 1972.
Mis antiguos compañeros del hotel, me decían que en el Hotel se veía un fantasma, que gritaba ¿donde esta mi puta mermelada? eso decían que pasaba cuando ya el hotel no iba bien, y estaban pensando en venderlo, y yo pensaba que lo decían para atraer turistas, que siempre hay gente que le gusta lo de la cosa de los fantasmas.
De hecho aunque no le di mayor importancia, no dejé de pensar en la mermelada de Hemingway, y cuando se hizo más famoso y todos leímos «Por quien doblan las campanas?», incluso yo llegué a leer «El viejo y el mar», seguía recordando el episodio de la mermelada, y no dejaba de recordar la cara de felicidad que puso Julia al saborear por primera vez la mermelada, años después Julia seguía diciendo que había sido la mejor mermelada que había tomado nunca, y la verdad es que nunca supimos de que sabor era, pero era algo que no habíamos probado nunca… o tenia tanto azúcar y nosotros tanto hambre que no fuimos capaces de reconocer.
Bueno, el caso es que en 1972, tuve un infarto y fallecí, y en ese momento escuche retumbando en mis oídos ¡¡¡Tu me has robado mi puta mermelada!!!, desde entonces, hace ya 45 años, no dejo de huir de un fantasma enfadado que me persigue por el mundo exigiéndome una mermelada que robe en 1937, porque mi hija de 5 años no había probado la mermelada y porque además tenía hambre.
Historia:
Autora: Zenalmor, Basada en una historia real sucedida en Madrid en 1936.
Fotos:
Autor: Mario Alfonso. De localizaciones en Portugal, Italia, Bélgica y Francia.
Fotos reales del hotel Florida durante la contienda del 36…
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