Uno de mis desvelos prioritarios se fundamentaba en prestigiar la labor profesional del boticario, hablo en pasado porque ya hace tiempo que me encuentro en la Torrecica, que es como se llama la cárcel donde estoy en la actualidad. Considero que la figura del boticario no está valorada suficientemente en cuanto a su labor sanitaria. La gente, imagino que sin maldad alguna sino por el maldito mostrador y su fácil accesibilidad, tiende a pensar que la simple dispensación de un medicamento, no lleva detrás una ardua tarea de conocimientos farmacológicos.
Hoy día la atención farmacéutica, llevada a cabo en un despacho, está colaborando en gran medida a eliminar la imagen despachadora del profesional farmacéutico, cambiándola por la de su auténtica razón de ser: consejero sanitario, y así llegan vecinos que me dicen “Don José, que me recomienda para la tos, que me recomienda para el dolor de barriga, que me recomienda para las migrañas o para lo que sea” Es como si mis conocimientos farmacológicos solo sirvieran para recomendar…
A estos desvelos les tengo que unir que la limpiadora de la Farmacia, Dolores, lleva de baja cerca de un año y la ha sustituido Bernarda, una mujerona que cuando atraviesa el dintel de la botica nubla el sol y que, además, es un auténtico torbellino, la llaman “La pilila” nunca he sabido el porqué de ese mote, pero así responde cuando la llaman “pilila”
Como se da la circunstancia que por temas de horario la Pilila no puede venir en horas que no sean las de atención al público, he tenido que soportar estar junto a ella la mayor parte del tiempo que estoy en la botica, y lo que es peor, soportar algo que me desagrada profundamente: la simultaneidad de su labor con el barrido y fregoteo de Bernarda, que para más inri no deja de parlotear y cantar, canta muy bien, por cierto, pero no deja de ser muy molesto. Además ese tono de voz estridente y tan alto y continuo, sin parar un solo minuto.
Bernarda me trae de los nervios, es que “No puedo ni mear”, y eso aunque os parezca exagerado no lo es para nada, resulta que la Pilila pega la oreja, la hebra y está en una permanente escucha o no, que a veces pienso que se lo inventa, pero el caso es que la conduce a meterse en todo.
Ayer, aprovechando que Luis el mancebo había salido por cambio al bar de al lado, me fuí al aseo y al salir, me encontré con que Bernarda, muy orgullosa, había despachado una cajita de aspirinas y un chupete. ¿A quien?, le pregunté, francamente alterado y me dice con toda su pancha “Ha síopá la pelirroja, la panocha der quinto, que traía mucha bulla”.
-¿Qué panocha? le dije gritándola.
-La cuñá de Isidoro, erder quiosco de pipa, a la que paese que se la caío en la cabesa la olla del asafrán.
-¿Y qué le has cobrado?
-Lo ha dejao a debé, pero aunque é un chocholoco es güenapagaora.
Este suceso es demostrativo de lo atacado que me pone esa mujer. Llevaba un año aguantando sus parloteos, sus cantos, su falta de respeto a mi y a mi labor de boticario. Así que cogí una llave inglesa que tenía debajo del mostrador por si alguna vez venía un cliente con malas intenciones y la empecé a golpear en la cabeza, una vez y otra y otra, así hasta la pilila dejó de hablar… y de moverse. Cuando acabé solo pensaba en que todo ese desaguisado lo tendría que limpiar yo.
Así que me senté en la silla detrás del mostrador y esperé a que viniera alguien a pedirme opinión. Empecé a oír gritos fuera de la botica, y dos mujeres trajeron a dos guardias de la benemérita mientras le gritaban “ha sio el falangista, ha sio el falangista” y así me enteré que me llamaban en el pueblo el boticario falangista.
Narración: Eva Saez @zenalmor
Fotos: Mario Alfonso @peaton_pulse
Localización: Botica en algún pueblo del Norte de España, Diciembre 2021.
La primera vez que le ví estaba detrás de unas probetas, le miré y pensé “es guapo para estar aquí”, yo creo que el también me miró, pero siempre lo negó. Estábamos en ese momento en el Pabellón 5, al lado del laboratorio farmacológico.
Ese día llevaba 3 años, 2 meses y 17 días sin dejar de llorar, lamentándome de mi suerte. Los médicos lo intentaban todo conmigo, pero no conseguían apaciguar mi tristeza; había una monja Benedictina, me lo decía ella continuamente, creo que las benedictinas son más monjas que las otras, que me había tomado como su proyecto personal y me sacaba todas las tardes a pasear, y yo me dejaba hacer, sabía que mi vida no iba a mejorar y que iba a estar encerrada en la leprosería toda mi vida.
El 14 de marzo de 1972, 3 meses antes de mi boda, cogí una sartén de la lumbre y no me quemé, mi madre gritó y yo no me di cuenta de lo que había hecho, cuando vi la sartén en mi mano, la solté. Mi madre llamó al médico del pueblo y este vino a casa, pero ya todos en mi casa lo sabíamos. Sabíamos que lo que yo tenía era lepra. En mi pueblo Parcent había habido mucha lepra, todos teníamos algún familiar que lo había tenido, llegó a haber 60 enfermos de los 800 habitantes que tenía Parcent en 1936. Luego llegó la guerra y la postguerra, y el hambre, y la lepra dejó de ser importante. Pero todos sabíamos que estaba allí, rodeando el pueblo y que alguna vez volvería.
No es que fuéramos médicos, pero sabíamos que la enfermedad afecta mucho a la piel, que se pierde el tacto, y que no sientes ni el frio ni el calor de la misma forma. Me puse enferma cuando era la modista más famosa del pueblo. Tenía 26 años cuando supe que tenía lepra. En el pueblo estaba muy mal visto. Mi novio me dijo que lo sentía mucho pero que no podía casarse con una leprosa. Me tuve que ir. Primero a Madrid y desde allí me dijeron que tenia que ir a “sanarme” utilizaron esa expresión a un Lazareto. No había oído nunca que era un lazareto, mi hermano esa misma noche me dijo que era una especie de hospital para leprosos y también para tuberculosos.
El pueblo donde se encontraba la leprosería se llamaba, Hornillos. Hornillos es probablemente el pueblo que más curas tiene por metro cuadrado. En los años 50 y 60, época de familias numerosas, era muy habitual que los vocacionistas vinieran a llevarse chicos y chicas en estos pueblos. Los más pequeños de la familia eran los que solían salir. Los mayores seguían ayudando en el campo y los más críos quedaban liberados para estudiar.
Cuando llegué a la leprosería, sin dejar de llorar ni una sola noche, entablé conversación con señoras del pueblo que venían a ayudar, iban cubiertas como si fueran momias, o al menos así había visto yo en alguna película, y me contaban que antiguamente Hornillos era mucho más Hornillos que ahora, cuando me lo contaban decían con orgullo que había habido ocho rebaños de ovejas, dos carpinterías para carros, una herrería, dos ultramarinos, una escuela con más de 70 niños y niñas y, por supuesto, aquí había una cantera de alevines que -como las de estos lares- sirvió para engrosar las filas de la Iglesia, lo último que decían es que había un convento de benedictinos y una leprosería, esto último lo decían como susurrando.
Tardé poco en acostumbrarme a la leprosería a que dijera buenos días y me contestaran «con Dios», a ir a misa todos los días y a rezar el rosario todas las tardes mientras la madre benedictina me sacaba de paseo.
Y fue llegar en ese autocar, que parecía que íbamos pasajeros “normales” pasando bosques y bosques y de repente ver un cartel que ponía “Instituto Leprológico” y fue empezar a llorar y a llorar y a llorar y así he estado 3 años, 2 meses y 17 días, hasta que detrás de unas probetas vi a Emilio y pensé que era guapo para estar en la leprosería.
Ese día ya tenia 29 años, prácticamente no tenía síntomas visibles de mi enfermedad, en este sanatorio habían empezado muy pronto a utilizar Dapsona, al menos conmigo, de una forma experimental por lo que no tuve mutaciones externas visibles, que al menos en los años que hablo es lo que más rechazo producía.
En la leprosería de Hornillos, había de todo: hospital, cine, telares, cárcel, talleres, imprenta, laboratorio, farmacia, bar, estafeta, estanco, baile, camposanto…, y me dispuse a recorrer todos los rincones con Emilio.
El lazareto disponía del mejor quirófano de la comarca, muchos paisanos de los alrededores nacieron en él, y por esa razón vino Emilio, acababa de finalizar medicina en la universidad de Alcalá de Henares, donde habían trasladado a 20.000 estudiantes de la Universidad Complutense de Madrid. Emilio había empezado tarde a estudiar, tenía ya 26 años y cuando le ofrecieron la plaza para estar en el quirófano de la leprosería no se lo pensó, el sueldo estaba bien y la lepra no le daba ni miedo ni asco. Y es que, pese a que el lazareto se ideó, en pleno siglo XX, a la antigua, como recinto sellado y aislado donde albergar la enfermedad maldita la vida imparable consiguió penetrar en él algunas veces, y enfermos y sanitarios a veces nos encontrábamos y empezábamos una vida juntos.
Nos casamos en la capilla del pueblo. No fue nadie. Sólo mis hermanos, mis padres seguían sintiendo rechazo a la enfermedad y no se acababan de creer que yo estuviera bien. Nadie de la familia de Emilio quiso ni siquiera conocerme. Vivimos en la leprosería casi 10 años, los más felices de nuestra vida. Nacieron nuestras dos niñas, gemelas y guapas, sin ningún atisbo de la enfermedad. El miedo que pasamos en el parto, no lo sabe nadie, pero cuando nos dijeron que las dos estaban bien, fue un alivio. En aquella época no se sabia que la lepra no era hereditaria, pero yo si sabia que yo no lo podía contagiar y que Emilio no era susceptible de ser contagiado, el me decía que yo era bacilífera, y yo le creía porque para eso él era médico.
Durante los diez años que vivimos allí, yo retomé mi trabajo de modista y empecé a hacer ropa a las enfermas que se encontraban allí, pero también a enfermeras y monjas, que tenían que vestir de calle y al cabo de dos años, tenía clientas que venían incluso de Madrid, vinieron a que les hiciera vestidos, estas traían la revista con el vestido que querían, algunas incluso traían la tela, que siempre era lo más difícil de conseguir en la leprosería, porque aunque había un telar era difícil conseguir que los colores y los dibujos salieran como en la revista.
Los sábados a las 8 todo el mundo iba al baile, en primavera y verano, las rosas estaban esplendorosas, había jazmines, incluso alrededor de la cocina había buganvillas que me parecían las flores más bonitas que había visto nunca, me dijeron que eran unas plantas que crecían cerca de las playas, y que había un camarero que las había plantado y que habían agarrado muy bien. El baile era lo mejor de la semana, todo el mundo iba al baile, a veces incluso algunos enfermos tocaban y todo el mundo bailaba.
Los domingos ponían cine, intentaban poner películas que no hicieran sufrir a los enfermos, mucha comedia de Fernando Esteso y Pajares y de Paco Martinez Soria. La verdad es que era una vida feliz, pero las niñas tenían ya cuatro años y aunque yo les había enseñado a leer, pensábamos que deberían ir a la escuela, y a mi ya me habían dado el alta. Emilio podría encontrar otro trabajo. Empezaba el calor, y pensamos que las niñas podrían empezar en la escuela en septiembre.
Como cada verano desde que nos casamos Emilio y yo íbamos a Parcent a ver a mi familia unos días. Aunque el pueblo no tenia playa estábamos muy cerca del mar y las niñas disfrutaban mucho. Mis padres ya se habían acostumbrado a que no teníamos ninguno lepra y nos trataban con normalidad. Después de unos días Emilio y yo decidimos volver a Hornillos y empezar a buscar otro destino laboral, y pensamos que las niñas estarían mejor durante el calor en casa de mis padres con mis hermanos que eran más jóvenes que yo y aún no estaban casados.
La vuelta fue extraña, era 1985 y en Hornillos había vuelto un misionero de Filipinas, donde parece ser que había mucha lepra, y allí a los leprosos les enviaban a la “isla de los muertos vivientes”, que realmente era una prisión. Se llamaba isla de Culión, en teoría aún pertenecía a España y eran muchos los misioneros que acababan allí y que se volvían medio locos. Y este era el caso del padre Damián, no se si ese era su nombre verdadero o se hacía llamar así por el padre Damián de la Isla de Molokai.
El padre Damián empezó a venir a la leprosería todos los días a dar misa, al principio todos éramos bien venidos, pero poco a poco, a los que no teníamos lepra se nos excluyó. Se creó una especie de secta que eran los del “pabellón 5”, y los que no estábamos en ese grupo, éramos increpados e incluso a Emilio le tiraron piedras.
Un día apareció pintado en la pared de nuestra casa “Hijos de Satanás” y ahí empezamos a asustarnos. Me acerque al monasterio benedictino a informarme sobre el grupo “el pabellón 5” y me dijeron que el famoso padre Damián, que también estaba contagiado de lepra, les había dicho que solo los hijos de Satanás se curaban de la lepra, y que había que luchar contra ellos porque estaban poseídos por el demonio. Me aconsejaron que huyéramos, que fuéramos a por nuestras hijas y no volviéramos.
No nos dio tiempo, cuando llegué a nuestra casa, habían cogido a Emilio, le habían crucificado y estaba ardiendo junto a todas nuestras cosas, al menos 50 personas le rodeaban y le gritaban “Muérete, hijo de Satanás, muérete”… Grité… y todos se volvieron hacia mi… corrí…corrí….pero me rodearon, me sujetaron y el padre Damián me sonrió y dijo “muere hija de Satanás” y me clavó un cuchillo en la yugular…
Esperaba cada día con avidez a que saliera el sol, a veces por mucho que lo deseara no lo conseguía, llevaba un mes casi sin parar de llover, pero ese día lucía un sol impresionante, se alegró tanto… rememoró cuando había sido la ultima vez y recordó que había sido en mayo, a mediados de mayo y dijo para sí ¡Menuda primavera llevamos!
Nació el 6 de Junio de 1966, su padre pensó cuando le dijeron que había sido niño, que que buena fecha, me acordaré siempre del 6 del 6 del 66, 4 seises juntos, pero también lo olvidó, poco a poco fue olvidando todo, sin embargo siempre recordaba el Hospital de Caramulo, era de las pocas cosas que recordaba.
Una vez le dijo a su mujer, ¿porque no volvemos a Caramulo?, allí estuvimos de viaje de novios, y ella no supo que contestar, era la primera vez en 4 años que su marido le decía algo coherente, es cierto que habían estado allí, no solo en su viaje de novios sino cada año durante más de 20 años, hasta que el olvidó conducir.
Cuando él olvidó conducir, ella ya tenía el carnet. No quería sacárselo pero su familia le decía que era conveniente que con la enfermedad de él nunca se sabía y podía necesitarlo. Así que ella se puso a ello, primero con el teórico que fue fácil, luego con el práctico que también lo aprobó. Lo peor habían sido las clases con el profesor que no dejaba de hablar de cosas intrascendentes y que a veces se llevaba un acordeón que tocaba mientras ella conducía.
El día 8 de Junio de 1966, le dijeron a su padre que su hijo había muerto, de repente, de forma inesperada, aun estaban los 3 en el hospital de Caramulo, había nacido por cesárea y ella tenía que recuperarse de los puntos, a ella no quisieron decírselo y cada vez que el entraba a la habitación a verla y ella preguntaba por su hijo el lloraba, y ella ya dejó de preguntar por su hijo, porque no quería ver como el lloraba y ya nunca volvieron a hablar de su hijo que nació el 6 de junio y murió el 8 de junio de 1966.
Desde entonces cada año el 3 o 4 de Junio volvían al hospital de Caramulo, y el 6 de junio paseaban por los pasillos del hospital se cogían de la mano y escuchaban a los bebes recién nacidos, tampoco hablaban, nunca hablaron de su hijo y nunca tuvieron otro.
A el se le olvidó conducir el día 1 de enero de 1993, después de tomar las uvas con la hermana de el y su familia, habían ido hasta allí en su coche y el había conducido y al salir el se sentó en el asiento del conductor y la miró a ella y le dijo entre sollozos “no se conducir”, a partir de ese momento ella siempre conducía. No volvieron a Caramulo porque ella no quería conducir tanto y pensó que ya todo daba igual, hasta el día en que él, el 1 de Junio de 2010, después de llevar más de 4 años sin decir nada coherente, le dijo ¿Por qué no vamos a Caramulo?
Ella entendió que eso era distinto, que él que a veces no recordaba girar en el pasillo de su casa y caminaba y caminaba ante la pared, no podía haber tenido un momento de lucidez tan grande y supo que tenia que ir a Caramulo. Se preparó para el viaje y el 4 de Junio salieron en dirección Portugal, llegaron por la noche del 4 de junio y pasaron la noche en un hotel cercano al hospital, durante todo el viaje, el había hablado con normalidad, hasta incluso se ofreció a conducir, pero ella no quiso.
Un medico amigo le había comentado que los enfermos de alzheimer, a veces tenían recuperaciones milagrosas momentáneas, que podían durar incluso unos días pero que luego volvían a recaer.
El día 6 de junio subieron hasta el hospital, ella ya sabía que estaba abandonado y no sabía como reaccionaría el cuando lo viera. Afortunadamente estaba abandonado pero aunque ponía por todas partes que era una propiedad privada, se podía acceder al recinto. Al llegar el la miró, la sonrió y salió del coche por su puerta, subió la enorme escalinata y se dirigió hacia un pasillo, ella corría detrás de él, ya que el suelo no estaba en buen estado. Cuando el llegó al lugar donde había estado la habitación donde se encontraba su hijo en 1966 se detuvo y entonces la cogió de la mano y volvió a sonreír.
Durante los últimos 10 años cada día que hacia sol, ella conducía el coche hasta una carretera comarcal y allí cogía un camino de tierra hasta un alto donde se veía toda la ciudad, sacaba dos sillas de camping, las colocaba frente a la ciudad y ella y el veían como anochecía, cuando el sol se ocultaba guardaba las sillas y volvía a conducir hasta la ciudad. Durante el tiempo en que ella y el se mantenían sentados en sus sillas, ella hablaba y el escuchaba y parecía que él la entendía, que lo que escuchaba también era su vida, no solo la de ella sino también la de él.
Ese 6 de junio de 2010, mientras él le apretaba su mano cada vez más fuerte, mientras los dos se mantenían juntos en un hospital abandonado en la sierra de Caramulo, en ese momento él se murió. En ese momento, justo en ese momento se oyó a un bebé llorar. Ella sabía que algo iba a pasar, le ayudó a caer al suelo, y le depositó allí, entre escombros, y fue a buscar al bebé que seguía llorando. Recorrió el hospital entero, cuando creía que se acercaba a la fuente del sonido ésta variaba radicalmente, y el sonido provenía de la dirección contraría, después de una media hora, el llanto paró y en ese momento ella fue consciente de que él se había muerto y volvió con el.
Ella se recorrió de nuevo el hospital abandonado buscándole y no lo encontró. Él no estaba, encontró los escombros donde le había depositado, pero él no estaba. La esperanza volvió a ella, empezó a llamarlo, a gritar su nombre, pero no se oía nada.
Salió al exterior, buscó por los alrededores, fue al coche, pensando que él podría haber ido allí, y después de otra media hora buscando y gritando su nombre decidió llamar a emergencias, después de un rato consiguió hacerse entender y a los 40 minutos una ambulancia y un coche de policía se encontraban junto a ella. El comunicado que se dio por radio decía que un hombre español de 69 años con un alzheimer muy avanzado había desaparecido en las inmediaciones del hospital abandonado de Caramulo.
La cara de él salió en todos los programas informativos de Portugal y en los españoles también, ella estuvo allí casi un mes, hasta que decidieron dar por finalizada la búsqueda, y ella volvió a su casa, en España. Volvió sola. Era casi Agosto de 2010.
Estuvo casi un año buscándole por todas partes, por las calles que paseaban juntos, por donde habían paseado antes, por los lugares que él había frecuentado antes, antes incluso de conocerla, sitios que la hermana de él le decía, de su infancia, de su juventud. Pero ella nunca le vio. Una vez al mes llamaba a un policía de Caramulo pero no había novedades sobre el caso.
El 6 de junio de 2011, por fin decidió dejar de buscarlo, ese día hacía un sol espléndido, y por la tarde cogió el coche, cogió las dos sillas de camping y después de conducir por la carretera comarcal, y coger el camino de tierra puso las dos sillas frente a la ciudad, y decidió que vería como se ocultaba el sol por detrás de la ciudad.
Puso las dos sillas como había hecho tantas veces durante los últimos diez años, y se sentó en la suya, la de la izquierda, la de siempre. Cuando llevaba un minuto sentada volvió a oír el llanto del bebé, el mismo llanto que había oído hacía justo un año en Caramulo, y miró a su derecha y ahí estaba él, sentado en su silla mirándola y sonriendo, alargó su mano hasta la suya, y en ese momento dijo: Nuestro hijo esta muerto, y desde ese día, ella cada día que hace sol, pasa las tardes hablando de todo con su marido.
La Villa Sbertoli se encuentra en Toscana Italia, fue construida en 1800 por un empresario de alta sociedad. Este edificio de arquitectura tradicional fue por algún tiempo la residencia del hombre de negocios. A primera vista, no hay nada de intrigante en la mansión, es sólo un sitio abandonado que se encuentra en ruinas dado a que funcionó activamente por muchos años. Hace ya algún tiempo que la villa no ha sido habitada por nadie, sin embargo es un lugar que guarda muchas historias, desde vivienda convencional para nobles europeos y hospital para enfermedades mentales, hasta albergue de tropas Nazis.
Augustine Sbertoli y su familia fueron los dueños de la villa a finales de 1800, la exuberante morada contaba con comedores, salones para baile, gimnasio, canchas de tenis. En general era una vivienda digna de un rey.
Según la leyenda local, A pesar de ser ricos la familia Sbertoli era muy infeliz a causa de que su hijo pequeño sufría de esquizofrenia, por lo cual fue ocultado de la sociedad para proteger la dignidad de la familia.
Para atender la enfermedad de su hijo la Villa Sbertoli paso a ser un hospital psiquiátrico llamado “Enfermería Sbertoli para enfermedades nerviosas”. La Mansión abrió sus puertas con la finalidad de atender pacientes pertenecientes a la élite de Europa.
En el siglo 19 y comienzos del siglo 20, era frecuente ser paciente de un sanatorio mental, dado que personas con depresión, embarazos fuera del matrimonio, consumidores de alcohol, entre otros, eran considerados enfermos mentales.
La Villa Sbertoli pronto fue conocida por la discreción con las que fueron tratados los pacientes. Por otra parte, la belleza de la mansión y su ubicación estratégica la hacían el lugar perfecto para ocultar pacientes de la nobleza Europea.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los servicios médicos de la mansión fueron interrumpidos. Tropas Nazis tomaron el control de la Villa para usarla como alojamiento para presos políticos.
Cuando finaliza la guerra, la villa reanuda sus funciones de Sanatorio mental. Aunque la Villa era reconocida y vanguardista en su momento, para aquel entonces realizó procedimientos que hoy son considerados una monstruosidad, como lobotomías e inmersiones de bañera.
En el siglo XX cuando las leyes comenzaron a regular hospitales y asilos, se encontraron con que la situación en la villa Sbertoli era preocupante. Falta de equipo médico adecuado, hacinamiento, uso de tratamientos desactualizados y personas enfermas fueron algunos de los descubrimientos en el reconocido sanatorio.
A finales del siglo 20, se cerraron de forma masiva muchos asilos antiguos que nunca se actualizaron. En 1990 Villa Sbertoli finalmente cierra sus puertas de forma definitiva, y desde entonces este espeluznante lugar ha sido completamente abandonado.
Villa Sbertoli corresponde a uno de los sitios que seleccionamos para visitar en nuestro viaje de exploración por la Toscana que hicimos en 2015. No voy a decir que fue el lugar más espectacular que visitamos pero después de la mansión de Sofía Loren el más satisfactorio.
Lo más curioso que nos ocurrió al visitar el lugar fue ver las pinturas realizadas en las paredes de los niños internos en la planta baja. Correspondían a los típicos dibujitos infantiles pero con temática fuera de lugar. Figuras de guerreros como especie de talibanes y soldados con armas, nos pareció extraño.
Más de una vez, explorando estos lugares me he encontrado con sorpresas desagradables e incluso hemos sido agredidos alguna vez. Siempre hacemos las fotos y la exploración intentando no ser vistos ni oídos por eso solemos trabajar en pleno silencio. Cualquier ruido o voz que delate la presencia de extraños me suele alterar en extremo. En este caso paso…. Después de llevar un rato en el lugar se nos presenta un personaje que más parecía un vagabundo que otra cosa. Al final después de hablar con esta persona (se nos presento como el vigilante del lugar), le dimos 20€ y nos dejo en paz.
Otras perspectivas del lugar:
Podéis ver el reportaje que hizo mi amigo nano de maquinas y escombros.
Trágica vida la de Virtudes Blanco Hermida. Nació esquizofrénica y durante sus primeros 15 años de vida permaneció recluida en una pequeña artesa. Permaneció dentro como un animal y solo la abrían una vez al día pera darle un plato de cereales y un poco de leche. Allí permaneció 15 años.
El padre decía que no se podía ocuparse de ella y la madre parece que un poco ligera de cascos, desapareció nada más nacer Virtudes.
El estado de Virtudes era de tal degradación que llego a oídos de las autoridades. Fue ingresada en este psiquiátrico recién cumplidos los 15.
Virtudes tiende peligrosamente a la autodestrucción. En una primera crisis, se arrancó los ojos, comenzando posteriormente a comerse los dedos, por lo que se optó por atarle las manos a la espalda.
En esta posición, y en cuclillas, permanece siempre, incluso cuando duerme. No ha logrado ponerse nunca de pie. Cuando es izada hasta una silla o mesa se tira al suelo para recuperar su posición fetal.
Virtudes, que tiene la apariencia física de una niña, no emite sonidos inteligibles, cuando está más tranquila se balancea de un lado a otro. Su comida está siempre mezclada con papillas, ya que de lo contrario, es incapaz de ingerirla.
Por fin visitamos la pequeña clínica. No nos decepciono sino todo lo contrario, el largo viaje desde Madrid mereció la pena. Había visto esta localización en un blog amigo y tras varias deducciones y averiguaciones encontramos el lugar. En idénticas condiciones que lo vimos en reportaje a pesar de que habían pasado algunos años.
No he encontrado documentación de este pequeño lugar pero prestaría servicio a la pequeña colonia donde está ubicado. La colonia alojaba a los empleados de una pequeña industria minera ubicada en la sierra de la que extraían arios y cementos. Al extinguirse la actividad minera la colonia se medio abandono pasando las pequeñas pero practicas viviendas para uso vacacional.
Por la información de las revistas medicas y otra documentación, la clínica cesaría la actividad en los años 80 o 90.
La joya de la clínica un aparato de rayos X. Uno muy parecido a este tenia mi padre en los años 70 en casa, lo usaba para hacer revisiones médicas. Lo recuerdo de una manera entrañable ya que nos permitía saber donde se escondía la sorpresa del roscón de reyes.
Este instrumento era cancerígeno y siempre recuerdo a mi padre operar con ella con peto de plomo.
Pegado a al cuatro de rayos esta el cuarto de revelado de las radiografías «en tiempo real» ,con las cubetas de rebelado químico todo intacto, incluso vimos alguna radiografía de la época.
¿Quién es el RESPONSABLE de este edificio?
La Diputación en su día se hizo titular del que fuera sanatorio para tratamiento de la tuberculosis y al que, como había hecho ASPRONA, destinó para educación especial y en el que se invirtió mucho no, muchísimo dinero público. Hoy, después de que hace años se hiciera cargo el Ayuntamiento de Boecillo, está completamente abandonado y literalmente saqueado. Me consta la existencia, tras su cesión, de cocinas, caldera en funcionamiento, motores de agua, depuradora, mobiliario… y así un largo etcetera. Hoy día no queda nada, sólo es un sitio abandonado, visitado por espiritistas, chatarreros, chavales para botellones y en el que cualquier día lamentaremos un accidente. Alguien debería responder de su actual situación… quizá el Ayuntamiento de Boecillo es responsable, pero sin duda, alguna persona con nombre y apellidos debiera responder, pero no políticamente, sino penalmente. Tal derroche de recursos públicos por dejadez, incompetencia y máxima negligencia debiera exigir una responsabilidad PENAL.
Estuve en la Tablada no hace mucho en Mayo del 2012. Unas de mis primeras salidas y reportajes colgados en este blog . Desde estas mis primeras fotos he hecho miles más y creo que de algo me ha valido y espero haber mejorado.
Últimamente he salido a hacer fotos con mi hermano pequeño José. José es fotógrafo de profesión y me ha enseñado muchas cosas en estas últimas salidas. Muchas de estas fotos son suyas.
Pido perdón por la repetición ya que son más de los mismo pero con otro “enfoque”. Espero que os gusten.
En 1956 se abrió el hospital militar de La Marina. Un gran edificio de 5 plantas con 94.00 metros cuadrados. En 1994 ceso su actividad y su deterioro ha sido previsiblemente inexorable hasta llegar a la situación actual.
Situación actual.
El complejo está ubicado en una gran superficie boscosa con el perímetro de la misma con un conjunto de tapia valla. No es posible el acceso por la puerta principal por lo que hay que recurrir a la entrada por la tapia.
Hay un conjunto de un edificio grande y otro auxiliar de aspecto parecidos los dos pero de distinto tamaño. A demás se puede apreciar la existencia de una pequeña piscina y de un bunker de la guerra civil.
Si quieres comentarme o compartir algo, este es mi correo:alfonsosu@gmail.com.
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