Había una vez una joven llamada Lucia, que acababa de heredar un hermoso espejo antiguo de su abuela. Ella lo colocó en su habitación, pero todas las noches, pasara lo que pasara, su perro empezaba a ladrar hacia el espejo. Lucia intentó calmarlo y sacarlo de la habitación, pero su perro no quería dejar de mirar fijamente hacia el espejo, como si hubiera algo dentro que le asustara.
Una noche, después de un largo día de trabajo, Lucia se sentó frente al espejo para peinarse. Al mirarse en él, notó que su reflejo parecía diferente, sus ojos parecían fríos y extraños. Cuando intentó salir de la habitación, el reflejo en el espejo no se movió, lo que la asustó.
Esa noche, Lucia durmió con el espejo a su lado como siempre, pero lo que no sabía era que ese espejo era maldito. En medio de la noche, se despertó y encontró que el reflejo de otra persona estaba frente a ella en el espejo. La persona del reflejo era pálida y vestida de blanco, tenía una sonrisa maliciosa y siniestra y la miraba fijamente. Lucia intentó salir de allí, pero la puerta estaba cerrada y no podía moverse.
Desde esa noche, Lucia desapareció, pero cuando su marido investigó en la habitación, descubrió el espejo en su lugar. Cuando miró dentro del espejo, vio el reflejo de Lucia, que aún estaba perdida.
Desde entonces, nadie se atrevió a mirar dentro del espejo y la habitación quedó cerrada para siempre. Se rumorea que cuando se mira a los ojos de la persona en el espejo, la maldición atrapa a quien lo mira y lo encierra dentro del mundo del espejo para siempre.
Historia: @zenalmor
Fotografía: Mario Alfonso @peaton_pulse
Localización: Algún lugar en el Sur de Francia, viaje junio 2023
Hoy 27 de Julio de 1982, el diario Seixal ha publicado: “Muere Carolina Ângelo, una de las dos asesinas de la familia Solaris en 1933”. Este diario siempre se ha caracterizado por usar unos titulares que poco o nada tienen que ver con la realidad.
Me llamo Carolina Ângelo, tuve una hermana, Beatriz, que murió en 1937 de inanición, llevaba en el manicomio de Setúbal desde 1933 y desde entonces se negó a comer. Los médicos le dijeron a mi madre que era de anemia, pero yo sabía que se murió de pena por no estar conmigo.
Mi madre, que se llamaba Gertrudis, había tenido tres hijas, la mayor la entregó al poco de nacer en una inclusa y nunca supimos nada de ella. Solo sé que la pusieron de nombre Gertrudis como ella. Tenía solo 10 meses más que yo, y mi madre al nacer yo, pensó que ella era más fuerte y saldría adelante y se quedó conmigo.
Durante mi niñez, mi madre no me quería y mi padre venía por las noches borracho, muy borracho y tampoco me quería. En 1909 nació mi hermana Beatriz, y era lo más bonito que había visto nunca. Yo tenía 4 años y mi hermana se convirtió en mi todo y yo en su todo.
En 1925, nuestra madre, Gertrudis se enteró que en la casa de los Solaris, estaban buscando criadas, y fue con nosotras dos a ofrecernos para el trabajo. Las dos teníamos experiencia como criadas, pero no habíamos estado en una casa tan grande y nos cogieron a las dos. Únicamente vivían allí, el señor, la señora y su hija.
Siete años después, fue el asesinato. Los diarios de la época lo describieron así:
El 2 de febrero de 1933, al anochecer, el señor Solaris -abogado y vecino de la pequeña ciudad de Setúbal, al noroeste de la llanura central de Portugal- corrió alarmado a su domicilio de la calle Outeiro de Saude: desde su despacho había llamado repetidamente por teléfono a su mujer y a su hija sin obtener respuesta.
Era de noche cuando llegó. La puerta principal de la casa tenía el cerrojo echado por dentro y la de servicio había sido atrancada. Envolvía al edificio en un silencio impenetrable. El interior estaba a oscuras. Sólo una débil luz se escapaba por las rendijas de la ventana del cuarto de las criadas, procedentes de un arrabal campesino, Carolina y Beatriz Ângelo, que llevaban siete años al servicio de la familia Solaris.
Los policías Mello y Breyner forzaron la entrada y penetraron en la casa. He aquí, en su seco lenguaje, lo que vieron: «Los cadáveres de la señora y la señorita Solaris yacían en el suelo espantosamente mutilados; el cadáver de la señorita estaba boca abajo, con las faldas subidas y las bragas bajadas y tenía grandes heridas en los muslos; el cadáver de la señora yacía boca arriba, con los ojos arrancados, sin boca ni dientes. Las paredes estaban cubiertas de cuajarones de sangre. En el suelo había huesos, dientes arrancados, un ojo, horquillas, botones, un llavero y un paquete deshecho».
Los policías forzaron la puerta del cuarto de las criadas, era su primer caso de asesinato pertenecían al recién creado PIDE (La Policía Internacional y de Defensa del Estado fue la policía secreta del Estado Novo en Portugal, liderado durante su mayor parte por António de Oliveira Salazar. En ese primer año de vida, no se sabía muy bien donde asignarles y a Mello y Breyner, que en 1933 tenían 21 años fueron asignados a ese caso). Las dos hermanas, desnudas y abrazadas, estaban acostadas en una de las camas. En sus brazos había sangre seca. Ante el comisario de policía se confesaron autoras del crimen sin el menor nerviosismo.
Beatriz lo narró así: «Cuando la señora entró le dije que no me había dado tiempo a repasar la plata. Entonces ella intentó atacarme y yo le arranqué los ojos con los dedos. Mejor dicho, yo no salté contra la señora, sino mi hermana; yo ataqué a la señorita Margarita y fue a ella a quien arranqué los ojos. Carol fue quien arrancó los ojos a la señora. Yo bajé a la cocina y cogí un martillo y un cuchillo. En una mesita había una mano de almirez y la empleamos también. Mi hermana y yo nos intercambiamos varias veces los instrumentos… No me arrepiento de nada, o no sé si me arrepiento. Prefiero haberlas matado antes de que ellas nos mataran a nosotras. No hemos premeditado nada. No odiaba a la señora, pero no toleré el gesto que tuvo conmigo».
Este gesto, de singular relevancia en el espeso misterio que desencadenó la carnicería, fue un simple «¿Y bien?» pronunciado por la señora Solaris para pedir a Beatriz explicaciones de por qué no habían limpiado la plata. La propia Beatriz añadió sobre la inquietante endeblez del motivo: «Nada teníamos contra ellas. Hace demasiado tiempo que somos criadas, eso es todo. Tuvimos que demostrar nuestra fuerza».
Las dos hermanas, sorprendentemente dueñas de sí mismas durante los interrogatorios, se derrumbaron súbitamente en el momento de ser separadas. Se entrelazaron y hubo que emplear la fuerza para desanudar su abrazo. Entre alaridos fueron encerradas en dos celdas individuales.
Según los informes periciales, eran vírgenes y jamás tuvieron ningún tipo de relación con ningún hombre. «Cada una vive únicamente con la otra, pero en este afecto no hay razón para encontrar razones de tipo sexual. No hay indicios de ninguna anomalía física o mental en ellas». Las hermanas, de 28 y 24 años, perdieron el ciclo menstrual a partir del día del crimen.
El juicio de las hermanas Ângelo, celebrado en la Audiencia de Setúbal, creó en la opinión pública portuguesa una sorda sensación de malestar. En las ramificaciones de un hecho tan excepcional como éste fue imposible encontrar ni un solo indicio de excepcionalidad.
Se acumularon en miles de legajos, uno sobre otro, infinidad de detalles cotidianos atrozmente comunes, que eran tanto más insoportables cuanto que cualquier familia con una criada a su servicio reconocía como propios.
De esta manera, el móvil de uno de los actos más salvajes de que hay noticia tenía que ser rebuscado entre los entresijos de la vida en un hogar cualquiera de la burguesía tradicional portuguesa.
Por ejemplo, los guantes blancos que la señora Solaris usó una vez para comprobar si había polvo en los muebles después de una limpieza adquirieron la magnitud de los grandes nexos causales en los grandes acontecimientos. Un papel en el suelo, un gruñido, una mirada insolente, un cruce hosco en la escalera, el silencio de paredes adentro, ese «¿Y bien?» mortal.
Eso era todo: ningún rastro de odio, ninguna pasión, ni un solo acto despiadado, duro o sojuzgado, ninguna cualidad. Los Solaris eran personas diferentes y su comportamiento con las hermanas Ângelo entró siempre en los límites establecidos de la corrección.
Por su parte, las hermanas Ângelo eran tímidas, introvertidas, dóciles y aceptaban su condición. No se registró en las complejas interrelaciones existentes entre las cuatro mujeres ni un solo acto generador de violencia, un despecho que deje rastro, una anomalía persistente, nada. O al menos nada susceptible de ser aislado del conjunto de sus vidas, lo que dio inesperadamente a éstas, consideradas como totalidad, la oscura, inaceptable función de sustituir al móvil.
El edificio jurídico occidental se resquebrajó: una vida, la totalidad de una existencia, se erigía insolentemente como una carcoma en los subterráneos del derecho procesal, en causa profunda, más allá del alcance de los códigos.
Bueno, pues eso realmente no fue así, pero para que decir nada si nadie nos iba a creer. Jamás se descubrió móvil alguno del crimen. El fiscal basó su alegato en la imagen de dos perras rabiosas que muerden la mano del amo que les da de comer. Los defensores coincidieron en la rutina de irresponsabilidad por demencia.
Los jueces, perplejos, impotentes, se vieron forzados a sentenciar sin convicción, en la misma frontera del absurdo: pena de muerte, conmutada por reclusión en un manicomio, a mi hermana Beatriz, y 10 años de cárcel a mí.
No quisimos recurrir la sentencia y nos negamos en rotundo a dar las gracias a nuestros abogados defensores, ¿porque íbamos a hacerlo? Gertrudis nos puso a trabajar desde que éramos unas niñas como criadas. Debió pensar que algo de culpa tenía, porque desde el juicio estaba muy presente, me vino a visitar a la cárcel. Primero vino cuando el juicio que aún estábamos las dos juntas, y la llamamos madame, como llamábamos a la señora Solaris, como ella nos había dicho una y otra vez que debíamos llamarla. Creo que mi madre fue la que nos instigó a matar a la señora Solaris y a su hija, aunque creo que se lo merecían.
En el manicomio de Mafra, donde la internaron, Beatriz se negó a comer y, poco antes del estallido de la II Guerra Mundial, murió de anemia. Su informe se perdió en el incendio del manicomio, a causa de un bombardeo de la aviación aliada durante la ocupación nazi, o eso le dijeron a mi madre cuando fue a visitarla y le dijeron que había muerto. Cuando mi hermana murió yo lo perdí todo. Salí de la cárcel el 3 de febrero de 1943, hacía 10m años que le habíamos sacado los ojos a la madame. Tenía una maleta pequeña donde guardaba todas mis cosas y las de Beatriz, iba vestida de negro, guardando luto por mi hermana, me despedí del guardián de la prisión, y volví a nuestra casa, de la que no he salido hasta hoy, que me he muerto.
Historia:
Eva Sáez.
Fotografía:
Mario Alfonso
Localización:
Lisboa, Portugal. Pequeña vivienda desocupada posiblemente en los años 80.
Eran muy pocas las niñas que se quedaban a comer en aquel colegio católico y femenino al que asistí en mis años infantiles. Las que nos íbamos a casa las mirábamos con cierto desdén compasivo al dejar atrás ese tufo de abandono que nos parecía que desprendían.
Nosotras salíamos por las puertas de caballerizas del edificio y bajábamos corriendo la calle Santa Isabel impulsadas por el hambre de libertad y de comida de madre que nos esperaba al llegar a nuestro hogar. Atravesábamos la Glorieta de Atocha contentas como unas pascuas, dejando atrás los oscuros muros de grueso granito del Hospital San Carlos tras cuyas puertas de solidos barrotes negros algunas comentaban que se habían visto a lo lejos, en el patio interior de suelo terroso, a mujeres vestidas con sucias camisolas blanquecinas y largas melenas deshechas, vagando como espectros de las enfermas psiquiátricas que habían habitado las frías salas de la Institución. En un suspiro, bajando por Santa María de La Cabeza, llegábamos a casa.
Al entrar en aquella vivienda del tercer piso nos recibía el frescor de las habitaciones en penumbra en verano o el aire templado por la calefacción en invierno. Íbamos atravesando olores por los espacios. El olor a botica del despacho de mi padre, el de pelo de muñeca y virutas de lápiz de las habitaciones de los niños, el del perfume de Maderas de Oriente de mi madre del dormitorio, para terminar con el ansiado aroma a guiso de la cocina. Allí, de pie, trajinando en los fogones estaba ella con un delantal de volantes sobre el vestido estampado. Mi madre era una mujer de una clásica belleza española. Con el pelo largo y negrismo con bucles agitanados y el busto desbordando el escote. Siempre admire aquella belleza que la Naturaleza no me tenía reservada. En esa casa no solíamos darnos besos ni al llegar ni al salir y ella, que era una persona básicamente liviana, siempre parecía nerviosa y perdida en otras muchas preocupaciones.
En primavera, algunos días, al llegar se percibía un aroma distinto que me llenaba de alegría. En el carro de la compra junto con los víveres, desde el mercado mi madre había traído un enorme ramo de lilas. Lo había comprado en un puesto del primer piso situado cerca de la pescadería donde además se vendían chucherías, juguetes de plástico de pequeño tamaño y collares de cuentas de colores chillones. El manojo estaba graciosamente colocado en un búcaro de porcelana en la mesa del comedor. El conjunto de flores malvas destacaban con su explosión de tonalidad entre el verde ramaje que los acompañaba. Desprendían un olor dulce, fresco y espeso. Yo me acercaba y aspiraba unos minutos que nunca eran suficientes hasta que el perfume me atravesaba y conseguía retenerlo para evocarlo más tarde. En esos momentos imaginaba a mi madre comprando las flores sabedora de lo que significaban para mí, aunque nunca lo hablásemos ni hubiese posibilidad de esa certeza. Me maravillaba que ella, tan practica y ocupada, hubiese reparado en tener un gesto tan carente de utilidad que yo pensaba estaba solo a mi dedicado. Aunque esto último no fuese cierto yo me quedaba transida de una ternura que era solo mía.
La comida transcurría con una escueta conversación perdida entre vaguedades cotidianas. Mis hermanos, todos menores que yo, discutíamos y nos incitábamos como niños que éramos. Mi madre se ocupaba de nosotros sin caricias, un poco ausente.
Antes de marcharme yo siempre volvía a mis lilas fragrantes. Su olor me acompañaba por las cuestas que se extendían hasta llegar a la escuela por la que subían otras niñas casi siempre acompañadas por sus progenitoras. Yo arrastraba a mis hermanos tras de mi rumiando la vergüenza de esas soledades. Nunca sabría mi madre que ese camino de cada día me hacía sentirme huérfana de su compañía tan ansiada.
Al llegar al colegio, las niñas de comedor nos recibían pintando y jugando entre ellas y yo, ya alejado aquel desprecio, las miraba sintiendo una complicidad secreta de ausencias imperdonables.
El 26 de septiembre hará 10 años que me morí, y no se porqué sigo atada a esta casa, a Villa Manolita, imagino que porque los años más felices de toda mi vida han pasado aquí, no lo se, aquí aprendí a caminar, a hablar, a nadar, a montar en bici, aquí me enamoré, aquí me casé, aquí jugaba partidas eternas de ajedrez con mi hermano Paco, aquí mis hijos aprendieron a caminar, a hablar, a nadar, a montar en bici, aquí se enamoraron, se casaron,…en fin supongo que por todo ello sigo pegada a esta casa.
Mis padres, Francisco y Manuela compraron esta casa en 1916, mi hermano Paco, 3 años mayor que yo no comía, y en una de sus múltiples visitas al doctor Paredes, les dijo a mis padres que para que Paquito se pusiera fuerte y comiera deberían irse a la sierra. Y mis padres, ni cortos ni perezosos decidieron ir en búsqueda de casa en Torrelodones.
Paredes que fue nuestro médico hasta que dejó de ejercer porque tenía Alzheimer, aunque en aquella época aún no se llamaba Alzheimer, solo se decía que estaba senil, bueno pues el que hasta entonces fue nuestro médico, tenía una fe ciega en lo que él llamaba el aire puro de la sierra, y creo que cuando dejó de ser nuestro médico yo ya me había casado, así que sería más o menos en 1941, ya después de la guerra.
En 1916, en Torrelodones se había creado una colonia (La Colonia) donde se habían construido muchas casas tipo chalet, como decimos ahora que estaban preparadas para gente de bien, que en teoría éramos nosotros. La verdad es que no solo miraron en Torrelodones, también en Villalba, incluso Las Rozas, pero mi madre me dijo que Torrelodones les enamoró, la Fuente del Caño, la Atalaya, y sobre todo Villa Manolita. Mi padre vio que la casa estaba en venta y que se llamaba como su madre, mujer a la que mi padre adoró hasta el día de su muerte, y no se lo pensó más, quería vivir en Villa Manolita.
Así que mis padres en el verano de 1916 se trasladaron desde Madrid a pasar grandes temporadas en Torrelodones.
Yo nací el 13 de Julio de 1917, mi madre Manuela se trasladó a Madrid unos días antes para que el parto se pudiera celebrar con mayor seguridad, a los pocos días mi madre volvía conmigo y desde ese verano de 1917 no he dejado ni un solo verano de disfrutar de Villa Manolita.
Mi hermano y yo dormíamos en los cuartos de arriba, al lado del despacho de mi padre, mi padre era un prestigioso abogado y desde su llegada a Torrelodones se convirtió también en una ayuda legal para muchos de los vecinos de la colonia. Supongo que por eso en Torrelodones hay una calle con su nombre y otra con la de mi madre: Don Francisco Lencina y Doña Manuela López. Los dos hicieron mucho por el pueblo, sobre todo durante los años de la guerra, que toda la familia nos trasladamos a vivir aquí, huyendo de los bombardeos y el hambre de Madrid.
El papel de Torrelodones durante la guerra civil es bastante desconocido, pero sin embargo fue un enclave muy importante en batallas como la de Brunete. La zona de los Peñascales, estaba llena de trincheras, ametralladoras y pozos de tiradores. Mis padres me tenían prohibido acercarme allí, pero yo tenía 16 años y una curiosidad enorme, por lo que muchas mañanas me escapaba con Encarna y las dos íbamos a vigilar, la mayoría de los días no pasaba nada, de hecho incluso conocimos a algunos de los soldados que estaban allí y nos ofrecían conversación y algún cigarro. Antes de mediodía teníamos que estar en Villa Manolita porque sino se darían cuenta de que faltábamos.
Encarna se convirtió en mi mejor amiga, en mi confidente, en mi todo. La guerra me daba miedo. Mi hermano estuvo en Brunete, y aunque podía venir todos los días, o casi todos a dormir a casa, yo hasta que no le veía por la noche y me contaba que tal había sido el día no podía descansar. Encarna era la hija de nuestra cocinera, tenía un año menos que yo, y mis padres habían decidido que se quedara en Villa Manolita junto a todo el servicio. Ella dormía en el sótano, junto a sus padres y hermanos menores que todos vivían en nuestra casa. La verdad es que gracias a ellos, comíamos todos los días, teníamos gallinas, conejos, cerdos, vacas,… plantaban todo lo que pudiera ser comible, patatas, tomates, cebollas, ajos, lechugas, cardos (que yo no sabían que existían) hasta borrajas, que yo no había visto nunca que se comieran, pero Asunción, la madre de Encarna las hacía exquisitas.
En la casa durante la guerra, vivíamos muchos, mi hermano Paco se había casado justo antes de empezar la guerra con Consuelo, y ella y sus padres y su hermano Sebastían, que era de mi edad y estaba asustado con la posibilidad de que le llamaran a la guerra se trasladaron a Torrelodones, aquí el bombardeo no era en la calle, se oía más lejano y teníamos comida. Teníamos tanta comida que mi madre creo una asociación y repartía comida entre los habitantes de Torrelodones, a lo mejor por eso le pusieron a ella una calle.
Un día mi hermano vino con otro soldado, se llamaba Fernando, Fernando Suarez y era ingeniero de caminos. Ese mismo día le dije a Encarna ayer conocí a mi futuro marido. Y así fue, nuestro noviazgo duró lo que duró la guerra, en 1941 nos casamos y mi familia quiso que fuera en Torrelodones y así fue. Nos casamos el 4 de junio de 1941 en la iglesia parroquial Asunción de Nuestra Señora, nos casó el párroco Don José Manuel Serrano García, yo le había conocido ya hacía dos años, llegó a hacerse cargo de la parroquia al finalizar la guerra, era muy joven, casi un niño, venía a casa a menudo a hablar con mi padre. Lo primero que hizo al llegar es conseguir que la parroquia volviera a su ser, durante la guerra la iglesia se había convertido en un taller de reparación de vehículos, desde 1936 hasta 1939, no había ningún sacerdote asignado a la iglesia, se comentaba en el Club, que era donde se hacía partícipes a los torresanos de las noticias que pasaban en Torrelodones que el obispo Leopoldo Eijó y Garay había nombrado a Don Domingo Crespo Rosales titular de la iglesia, pero en los tres años nunca apareció por allí, por lo que se utilizó como taller.
Los milicianos convirtieron la parroquia en almacén y taller para la reparación de sus vehículos, hicieron un foso rodeando la parroquia para que no se pudiera acceder fácilmente, al menos con los vehículos, saltar el foso se convirtió en el deseo de casi todos los niños de Torrelodones, que íbamos allí cuando no había nadie, algunos nos veían pero les hacía gracia, yo recuerdo que incluso me ayudaron a saltar.
Durante la guerra pasaron cosas, en 1932 había llegado un maestro a la escuela que se llamaba Mariano Cuadrado. La escuela era la de niños nº 1, la nº 2 era la de niñas, y en aquella época solo podía haber maestros para niños y maestras para niñas. Nosotros aún no vivíamos allí, seguíamos en Madrid, pero mis padres y Mariano Cuadrado se hicieron muy amigos durante el verano de 1932, venía a casa con mucha frecuencia a comer los sábados y los domingos. En mi familia nos acostumbramos a que Mariano comía con nosotros los sábados y los domingos y cuando faltaba alguno preguntábamos por el. Tras la victoria del Frente Popular fue elegido alcalde en marzo de 1936. En esa época ya si vivíamos allí.
Antes de la guerra, Mariano organizó la Escuela de Verano del Partido Socialista Obrero Español, fue todo un evento en Torrelodones, todos fuimos a escuchar a Besteiro y a Largo Caballero en Agosto de 1933, y en aquella época que no sabíamos que iba a pasar todos aplaudimos a rabiar.
Durante la guerra, Mariano organizó la protección de más de 5000 refugiados, algunos pasaban una noche en nuestra casa, el sótano se tuvo que habilitar para que algún refugiado pudiera descansar alguna noche, todo lo organizaba el, mis padres se dejaban hacer. Cuando llegaron Consuelo y su familia mi padre consideró que mejor no pasaran allí más de una noche, pero algunos se quedaban hasta una semana, y algunos como el poeta y su mujer estuvieron casi un mes.
Al finalizar la Guerra Civil Mariano fue detenido el 27 de marzo de 1939 e internado en la cárcel de los Carmelitas en El Escorial, siendo condenado a muerte en Consejo de Guerra y fusilado el 15 de septiembre de ese mismo año en el cementerio de La Almudena de Madrid.
La verdad es que el tiempo de la guerra fue muy triste, a lo mejor yo no lo viví como mis padres o mi hermano, seguía teniendo mi pandilla, seguíamos reuniéndonos en el Club, es cierto que a veces faltaba alguien, a veces solo hablábamos de Madrid, todos o casi todos nos habíamos trasladado a vivir a Torrelodones pensábamos qué por nuestra seguridad, ahora después de tanto tiempo, no se si fue lo mejor o no, pero así fue.
El Club, era un centro para los veraneantes de Torrelodones, realmente para los de la Colonia, aunque nosotros no poníamos ninguna traba a que viniera cualquiera, si que había unas normas que impedían que los torresanos no pudieran entrar, eso se eliminó durante la guerra, aunque al finalizar volvió otra vez a tener restringida la entrada a los que no fueran veraneantes.
Durante la guerra el club se convirtió en el centro neurálgico de Torrelodones, todo el mundo iba allí a recibir noticias de los que estaban en batalla, allí mi padre daba asistencia legal a quien se lo solicitaba, allí mi madre y Asunción iban todas las tardes a llevar comida para quien la necesitara. Allí nos reuníamos todos los jóvenes que no estábamos en la guerra. Allí nos enterábamos si algún camión había cogido a alguno de nosotros para llevarlo a la guerra…
Los republicanos situaron su cuartel general en un chalet que llamábamos “El canto del pico” debido a que su posición, esta en lo alto de una montaña permitía divisar todas las localidades alrededor de Torrelodones. A ese punto lo llamaban posición “Lince” y nos encantaba ese término, a veces jugábamos a la guerra en el club y siempre había alguien que se pedía ser el lince.
Cuando conocí a Fernando dejé de ir al club, al menos con tanta asiduidad, a veces acompañaba a mi madre y a Asunción cuando repartían comida, tenía que ir a por agua todos los días hasta un pozo, el pozo tenia un motor que hacía que el agua subiera hasta nuestra casa, pero necesitaba de electricidad y durante la guerra nos quedábamos muchos días sin electricidad, y además hacía mucho ruido, por lo que decidimos en mi casa que sacaríamos el agua en cubos y lo almacenaríamos en nuestra casa. Durante esa época en Torrelodones no había alcantarillado, había unos pozos negros que se tenían que vaciar, y durante la guerra eso era peligroso, por lo que muchos días nadie lo hacía y un olor nauseabundo impregnaba todas las calles de la colonia.
La guerra cada vez era peor, recuerdo que cuando atacaban con las bombas nos íbamos a pasar las noches al puente de Guadarrama (conocido actualmente como el Puente de Herrera), íbamos todos los que podíamos cargando colchones. En esos momentos, yo le pedía a Santa Rita que no nos pasara nada, así que cuando terminó la Guerra mi madre compró una Santa Rita muy grande para la capilla de Torrelodones, edificada por Andrés Vergara (actualmente la Capilla del Carmen, que pertenece a la Parroquia de San Ignacio de Loyola) Mi madre dejó de llevar comida al Club, en casa cada vez éramos más para alimentar, los animales habían desaparecido, nos los habíamos ido comiendo poco a poco, el huerto también desapareció, a veces llegaban militares y arrasaban con todo.
Encarna y yo empezamos a ir a Galapagar a comprar lentejas, era lo único que se podía comprar y vendía paquetes de cartas para los soldados que estaban en el frente. Los sobres nos los traían en sacos de Madrid, de la oficina de mi padre y así pasamos la guerra, Fernando venía muy a menudo, a veces con mi hermano, a veces solo, pero durante la guerra floreció nuestro noviazgo.
Quise estudiar derecho, como mi padre, pero en aquella época a las mujeres nos resultaba muy complicado acceder a la universidad, así que me decidí por estudiar idiomas y fui aprendiendo contabilidad en el despacho de mi padre.
Después de mi boda con Fernando volvimos a vivir a Madrid y todos los fines de semana volvíamos a Villa Manolita, la casa había tomado una entidad propia, todos decíamos, ¿Vamos a Villa Manolita? ¿Nos vemos en Villa Manolita?… y cada vez nos costaba más volver a Madrid. Cada fin de semana se alargaba, cada verano, cada semana santa, cada Navidad. Empezamos a tener hijos, tres cada uno y el tiempo seguía pasando.
Un día en verano, sería 1967 o 1968, vino un hombre a casa, era alemán y no hablaba prácticamente español, así que mi padre tuvo que esperar a que yo fuera a Villa Manolita a entenderme con él. Se trataba del hijo de Ernst Toller, el “poeta” como le llamábamos nosotros. El poeta vino con su esposa que en aquella época no tendría ni 20 años, Christiane Grautoff se llamaba. Estuvieron un mes con nosotros en los tiempos en los que Mariano Cuadrado Fuentes nos organizaba el refugio de alguno del comité de refugiados para que pasara la noche en Villa Manolita. El caso del poeta y su mujer fue diferente, Ernst se hizo rápidamente amigo de mi padre, hablaban de política, del fascismo, de Hitler, de libertad, recuerdo esas cenas en las que fascinada le escuchaba como con su acento alemán explicaba las cosas en un perfecto español. El hijo de Ernst que se llamaba igual que su padre, emocionado abrazó a mi padre y le comunicó que su padre se había ahorcado en Estados Unidos y que les había dejado una carta con una serie de instrucciones y una de ellas era traer su VEB, que es como llamaba a su coche, a Paco el español, como el llamaba a mi padre. El coche de un precioso color rojo, que mi padre guardó en el garaje de Villa Manolita y nunca volvió a salir de ahí. Ernst hijo, pasó unos días con nosotros, fue una visita agradable, aunque solo se podía comunicar conmigo, y tampoco es que mi alemán fuera muy allá. Vivian en Estados Unidos, sus padres estaban separados y parece que eso le había afectado mucho a su padre que dejó de tener interés por la vida, o eso pensaba su hijo.
En Septiembre de 1975 se casó mi sobrino Paquito, hijo de mi hermano Paco y su mujer Consuelo. Fue el primero de los nietos en casarse, luego vinieron los cinco restantes. Todos se han casado y todos lo han celebrado en Villa Manolita. Desde 1975 a 1982 casi salíamos a boda por año. Y luego empezaron a venir los nietos. Mi padre solo conoció a su primera nieta, a Julia, a los demás ya no los conoció. Mi madre, los conoció a todos, a los 15, pero no creo que al final de su vida fuera capaz de reconocer a ninguno de ellos, ni a mi hermano ni a mi, solo conocía a Consuelo, que ya hacía tiempo que la llamábamos Chelo, y que siempre desde la guerra mi madre y ella habían hecho muy buenas migas.
Mi madre murió en 1992, con un Alzheimer muy avanzado, pero murió aquí, donde hemos muerto todos, bueno mi hermano no, mi hermano murió en Madrid en el Gregorio Marañón, de un infarto con complicaciones. Cuando Paco murió Chelo se vino a vivir a Villa Manolita conmigo y Fernando y con mi madre. Ya éramos tantos en casa que algunos empezaron a alquilarse primero, y luego comprarse casas en Torrelodones, y solo se venía a Villa Manolita a celebrar los cumpleaños, que eran muchos, nochebuena, navidad y alguna otra fecha señalada. Y la paella, la paella de los domingos que era sagrada…. Todos venían, todos… los nietos venían ya con novios, luego empezaron a venir con hijos…
Mi cuñada Chelo murió en 2008, y la familia decidió dejar aquí su urna funeraria, todos sus hijos dijeron que era el lugar del mundo donde había sido más feliz y que ella querría que así fuera, la verdad es que nunca nos dijo nada sobre esto, pero a todos nos pareció bien, cuando Chelo murió yo ya tenía 91 años, pero estaba perfecta. Me quedé sola en Villa Manolita, mis hijos y mis sobrinos se turnaban para que no estuviera sola y todos los días venia alguno y muchas veces mis nietos con algún biznieto.
Villa Manolita seguía en pie. Los dormitorios de arriba, el despacho de mi padre, el sótano donde alojamos a tantos refugiados, donde siempre dormía el servicio. Ahora ya no había servicio, hacía muchos años que nadie que no fuera de la familia dormía en Villa Manolita. Venia un jardinero todos los viernes a arreglar el jardín, la fuente se iba estropeando pero seguía con agua y siendo el centro del jardín.
El 26 de Septiembre de 2011 me morí, y desde entonces sigo ligada a Villa Manolita, llevo diez años viendo como exploradores, que es así como se llaman entre ellos, vienen a mi casa, cada vez más, como alguno viene solo después y se lleva algo, he visto como la fuente se ha ido rompiendo y nadie ha venido a arreglarla, como han dejado de arreglar el jardín, he visto como una nevada enorme ha hundido el despacho de mi padre, he visto como a las dos habitaciones de arriba se les caía el techo… he visto como venía gente a analizar la casa y a valorarla… y sigo aquí pegada a Villa Manolita, pero aún no he descubierto ¿porqué?
Nota de los autores:
Esta historia se ha escrito después de una larga investigación partiendo de los pocos documentos que pudimos observar en la preciosa villa. Partiendo de hechos reales, se ha novelado un poco la historia para rellenar la poca información de que disponíamos.
Si los herederos o familiares leyeran esta corta historia, pedimos perdón por adelantado y esperamos que no se enojen por la historia que hemos expuesto siempre desde el respeto.
Para mi como explorador, comentar que es una de los lugares que he visitado que más me ha llenado, por la historia y la atmosfera de decadencia que hacían que el lugar no fuera de este tiempo.
Hoy he descubierto un nueva aplicación, bueno ya se que no es nueva, pero yo no la había usado hasta este año, se trata del ‘best nine’. El Bestnine es básicamente una recopilación de tus nueve mejores fotos del año, aunque no mejores en el sentido de más artísticas o mejores técnicamente, sino las nueve publicaciones que han tenido más éxito en tu perfil de Instagram Durante 2017, es decir, aquellas fotos que han tenido más ‘Me Gusta’ por parte de tus seguidores y amigos. Y si, yo también tengo instagram, mi nombre de usuario es @peaton_pulse, y lo podeis curiosear todo lo que querais ya que tengo el perfil abierto.
No tienes que hacer el #bestnine a mano buceando por todas las fotos de tu perfil, sino que hay herramientas que facilitan su creación y no tardarás más de unos segundos. Desde este blog os recomendamos 2017bestnine.com por su sencillez. Existen muchas otras herramientas online para crear el collage, pero destacamos esta página porque no necesitamos darle acceso a nuestra cuenta, ni nos pide permiso de ningún tipo, simplemente metemos nuestro nombre de usuario en Instagram y en unos segundos analizará cuáles son las fotos con más ‘likes’. El resultado es nuestro #bestnine:
Además podemos descargar varias versiones del mismo, pudiendo incrustar en la imagen el número total de likes que has conseguido en todo el año, o la versión “Photo only” que, obviamente, es el collage de 9 fotos sin ningún añadido más. Simplemente guardamos esta imagen y ya podemos pasarla al smartphone para subirla a nuestro Instagram, o como veis en la imagen la podemos compartir en otras redes sociales como Facebook o Twitter (@DeUrbex, por si os apetece curiosear por ahí tambien)
.Por otro lado, como esta web no pide permiso para acceder a las cuentas, podemos curiosear cuáles fueron las 9 mejores fotos de cualquier perfil de Instagram, siempre y cuando sea público, claro.
Están proliferando a través de YouTube muchos canales de exploradores en extremo temerarios. Hace poco en Vitoria se mató un joven por entrar en un lugar abandonado.
La entrevista me la hicieron el día 26 de agosto y es simplemente una explicación de lo que es el Urbex.
Os dejo un link de la entrevista, dura unos 15 minutos. Espero que os guste.
¡!!!!!!Estoy hasta los cojones de ladrones y usurpadores!!!!!!!!!!
No es la primera vez que me roban las fotos y el trabajo de mi blog. Proliferan en la red paginas y blogs con carácter y temática en lo paranormal que se aprovechan del trabajo de los demás.
Los duendes de las estadísticas de WordPress.com prepararon un informe sobre el año 2013 de este blog.
Aquí hay un extracto:
La sala de conciertos de la Ópera de Sydney contiene 2.700 personas. Este blog ha sido visto cerca de 46.000 veces en 2013. Si fuera un concierto en el Sydney Opera House, se se necesitarían alrededor de 17 presentaciones con entradas agotadas para que todos lo vean.
Desde luego la gente no tiene el mas mínimo decoro y piensan que todo vale.
Yo aviso claramente (o avisaba) que se podían usar mis fotos libremente siempre y cuando se indicase mi autoría. No ha sido así y se han apropiado de mis fotos por la cara.
Este es el blog: http://misterioparanormal.com/2013/11/22/hospital-de-la-tablada/#more-3536
Lo curioso es que han cogido unas fotos de calidad pésima ya que era de los primeros reportajes que hice con una técnica y equipo muy primitivos.
Otro detalle también curioso es que estos amíguetes tiene un blog con una estética idéntica al mio…Será también casualidad.
Espero que rectifiquen.
Los duendes de las estadísticas de WordPress.com prepararon un informe sobre el año 2012 de este blog.
Aquí hay un extracto:
600 personas llegaron a la cima del monte Everest in 2012. Este blog tiene 12.000 visitas en 2012. Si cada persona que ha llegado a la cima del monte Everest visitara este blog, se habría tardado 20 años en obtener esas visitas.
Si quieres comentarme o compartir algo, este es mi correo:alfonsosu@gmail.com.
No se puede usar ninguna fotografía del blog sin expresa autorización del autor.
NO SE INDICARAN LOCALIZACIONES DE LOS SITIOS PRESENTADOS.