Era el primer día que la veían. Entró en la sala del comedor con la bata blanca que solían vestir todos los médicos, y con una gran sonrisa. Su cuerpo era imponente, pero ella parecía desprender cierta simpatía. No era como la enfermera de todos los días, Marisol.
Dentro del comedor una de las familiares de un anciano enfermo le saludó mientras se marchaba, ella le devolvió el saludo con una media sonrisa. Una vez se marchó la mujer, Susana se colocó en el centro del comedor, era el lugar en el que siempre se ponía Marisol para repartir las medicinas.
Todos ellos eran enfermos mentales a los que sus familiares habían ingresado en una clínica experimental que trataba la enfermedad a través del análisis y la observación. En los folletos informativos se leía que este centro médico seguía las corrientes de Emil Kraepelin, que consideraba que cada enfermo tenia su propio tratamiento.
Susana sabia que eso no era cierto, que los enfermos eran sometidos a infinidad de terapias no muy éticas y ella consideraba que hacían sufrir innecesariamente a los pacientes que ya todos eran ancianos.
Como Susana hizo lo mismo que hacia Marisol, todos los ancianos supieron reconocer que ese era el momento de tomar las pastillas correspondientes para sus tratamientos y comenzaron a crear una fila.
El primero fue Francisco, quien se adelantó a todos gracias a que ya se encontraba recuperado de las toses de la semana pasada que por poco lo conducen al hospital. Con paso lento pero decidido, Francisco llegó hasta la psiquiatra y le pidió sus pastillas. Ella, sin embargo, sólo le dio una sola pastilla, morada. Él se sintió extrañado y le preguntó si su mejoría en las toses hacía que sólo necesitase una pastilla, a lo que ella respondió con un gesto afirmativo con la cabeza.
Detrás marchaba Amparito, a quien también le entregó una sola pastilla igualmente morada. Luego se acercó Pedro y también recibió una pastilla morada únicamente como medicación. Rafael, Miguelito, doña Almudena, el señor Luis, Felipe el cubano y una sucesión incontable de ancianos recibieron, uno tras otro, la misma pastilla morada.
Francisco, el primero en tomar la pastilla, se sentía bien, cada vez con más fuerzas, con un sentimiento positivo que le inundaba toda su personalidad. Se sentó en su cómodo sillón y descansó unos minutos. Tenía sueño, así que cerró los ojos.
La familiar que acababa de salir estaba cruzando la puerta de la clínica cuando se cruzó con la enfermera Marisol.
– “Hola Marisol, ¿qué tal? Justo ahora acabo de cruzarme con la nueva psiquiatra”, le informó.
Marisol, extrañada, le contestó:
– “Creo que te confundes querida, no hemos contratado a nadie no hay ninguna nueva psiquiatra, el único que sigue es Don Felipe”.
Las dos, confundidas por esta extraña mujer a la que nadie conocía, regresaron al salón del comedor de la clínica. Cuando llegaron todos los ancianos estaban en sus respectivos sillones. Todos parecían dormir, pero no estaban dormidos, estaban muertos. Con una sonrisa leve en la cara. Y unos labios ligeramente manchados de morado. No había ni rastro de Susana. Pero todos parecían haber muerto felices.
Bravo relato para acompañar tan bellas fotos. Enhorabuena.
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A primeras horas de la mañana se producen los mayores conflictos en los que la pereza y la falta de destreza conllevan el amanecer y el desayuno; incluso algunos no llegan a él.
Los mayores, los que más, incluso se permiten la osadía de esperarla en sus respectivos asientos o, si es en pie, reposando después.
Durante una vida, sus vidas, muchos llegan con mezcolanzas varias y sin razón, sinrazón; para ello destinan su trabajo, familias donde las halle o soledad si la hubiere. Que por tenerla, esta última, es más que compañera incierta y presente para finalizar sus vidas acompañados y ausentes. Todo junto.
En presencia de algunas circunstancias, por dolencia, por dolor, por querencia, por no desearlo, por demencia se vuelven próximas las horas y éstas se acompañan finalmente de vagos recuerdos que pareciendo valientes son, en cambio, reos de sus faltas de fuerza. Sin escapatoria no queda otra que una espera temerosa aunque sus ojos ya no reflejen nada por apagados…de reflejos.
Luego, llega segando por el camino de mayo lo que para junio son labores del campo y dejando para más tarde otras de siembra se van cortando los campos de aquellos que maduraron tantas veces. Hay siegas y seituras que se realizan por última vez y luego, luego los campos se olvidan al barbecho incierto de la tierra ya estéril.
Para cuando quieran recordar que esa misma píldora les daba fuerzas, también aceleraba sus latidos y deseos que los conducía al más sublime de todos ellos; el eterno sueño efímero como resultado de la vida. Su vida, subida. Bajada en picado.
Qué barrena.
Un buen relato para un lugar desastrado.
Salud y Libertad :)´
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db:D.
Agradezco mucho tu aportación y tus pensamientos sobre este relato.
Saludos
MAS
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