La enfermedad no le daba tregua; solo ansiaba dormir. Cerró las ventanas, bajó las persianas y se dejó mecer por la voz profunda de Amaia Montero, en la más completa oscuridad, le seguían gustando La Oreja de Van Gogh. Tanteando las paredes con dedos trémulos, tropezó con el sillón, se sentó recostándose y esperando a que la venciera el sueño. Le encantaba la biblioteca, era un espacio señorial, libros y libros y más libros, siempre había sido su lugar favorito, había pasado días enteros leyendo libros en ese sillón. El olor de los libros… le encantaba hojear los libros solo para captar su esencia, su olor.
La voz de la cantante le llegaba desde muy lejos, como un eco devuelto por las profundidades submarinas, y así se quedó dormida. La primera vez que llamaron al timbre, el vibrante sonido parecido a la sordina de una trompeta la sacó de un duermevela erizado de pesadillas. La boca le sabía a tierra. Se levantó trabajosamente y con paso vacilante se acercó a la puerta. No había nadie. La segunda vez, aturdida y extrañada, volvió a levantarse para mirar, pero el umbral seguía vacío.
La tercera vez, al sonido del timbre se unieron unos golpes secos en la puerta. Convencida de que estaba siendo víctima de una broma pesada, abrió de improviso para pillar al bromista. Nadie.
Volvió hacia el sillón, estaba muy cansada y no le hacía gracia la broma, se estaba enfadando, seguía sonando la oreja de Van Gogh, le gustaba más Amaia Montero que la nueva cantante, que intentó recordar su nombre pero no lo consiguió, aunque pensaba que ella también cantaba muy bien.
Se quedó dormida y le volvieron a despertar, otra vez el timbre, insistente, muchas veces, pero esta vez ni siquiera intentó levantarse, no le hacía gracia la broma, volvió a cerrar los ojos y se dio cuenta que ya no se oía a Amaia Montero, abrió los ojos y no sabía donde estaba, intento ir hacía las ventanas a subir las persianas pero no fue capaz de encontrarlas… Trataba de llegar a una pared, de tocar algo que su mente reconociera en la oscuridad total… Intentó volver al sillón a ver si desde ahí era capaz de llegar a una pared…
Llevaba el brazo estirado, intentado tocar algo con sus dedos, no era capaz de orientarse, de repente algo le agarró por un tobillo, y la hizo caer, gritó y se dio un golpe en la cabeza, perdió el conocimiento y entonces soñó…soñó que se caía por un agujero que no tenía fin, y caía y caía, agitando los brazos, intentando sujetarse a algo que no había. Notó que la sacudían la cara, que gritaban su nombre, que corrían a su alrededor. Ella intentaba contestar, intentaba abrir los ojos, pero seguía cayendo por el agujero negro, hasta que topó con el suelo, pero ya no pudo abrir los ojos.
Texto de Eva Sáez
Fotografía de Mario Alfonso
La foto de la biblioteca es chula, pero todas esas referencias a la Oreja de Van Gogh y Amaia Montero sobran. Pues para mucha gente esa música es poco menos que asquerosa. Una referencia musical ambigua, sin nombres, creo que le vendría mejor al relato.
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Gracias Lorenzo por tu apreciación, pero se trata de la música que le podría gustar a la protagonista de la historia, a mi particularmente tampoco me gusta nada ese grupo.
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